viernes, 31 de octubre de 2008

La inexorable disolución del espejismo

La culpa de los ataques que sufre la reina por sus irrelevantes confesiones dista mucho de recaer en los republicanos, de hecho nosotros deberíamos no hacer casus belli de ellas e ignorarlas como a mi entender, bueno o malo, procede, sino de los monárquicos por su absurda y ancestral pretensión de convencer a la ciudadanía de que la institución de la monarquía está por encima del bien y del mal, de cualquier ideología, que son capaces de abstraerse de todas sus opiniones y/o convicciones en pro del bien común, que no interfieren porque su única preocupación es el servicio a aquellos a quienes quieren como a sus hijos, que su relación con los ciudadanos no es la de gestores-administrados, sino algo mucho más sagrado e inasible que no se rige por las lógicas normas del funcionamiento democrático. Y nada de eso, los reyes son personas, funcionarios sin oposición con las mismas virtudes y miserias que todos los demás y por supuesto que tienen perfecto derecho a tener opiniones personales sobre cualquier tema y éstas, nacidas a la luz pública, no deben tener más trascendencia que la del peso del prestigio intelectual o la brillantez argumentativa que las respalden. En este caso escasa. Rasgarnos las vestiduras por constatar que piensan por si mismos es tanto como aceptar esa absurda pretensión de que sólo existen para servir a sus súbditos, asumir sus argumentos.
Por tanto, hagámosle un favor a nuestra sociedad y critiquemos a la monarquía por las innumerables razones objetivas que tenemos para ello, no porque sus opiniones personales sean más o menos ajustadas a las nuestras particulares. Sus opiniones no importan siempre que ellos cumplan con el papel que la constitución les reserva, y si no lo hacen, critiquémosles por eso, no por ejercer de tanto en cuanto un derecho como la libertad de expresión (un libro no es un acto institucional, no conviene olvidarlo), porque ése, desde un punto de vista republicano, debe ser exactamente igual para todos los ciudadanos. Lo contrario, repito, es asumir sus argumentos, porque estas declaraciones sólo son reprobables desde un punto de vista monárquico y para bien o para mal, dista mucho de ser el caso. De hecho hay que agradecerles que progresivamente se aparten activamente de su falsa imagen de neutralidad, porque nada puede ser más efectivo para la causa republicana que se disipe el espejismo y cale en la sociedad su verdadera condición.

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