miércoles, 26 de septiembre de 2012

La enfermedad de la gallina


A little knowlwdge is a Dangerous Thing.
Drink deep or taste not the Pierian Spring.
There, shallow draughts intoxicate de brain and
Drinking largely Sobers us again

Alexander Pope


Un poco de conocimiento es algo peligroso. / Bebe profundamente o no pruebes la fuente de Pieria./ Así, al beber a sorbos el cerebro es intoxicado y / el beber largamente nos vuelve sobrios de nuevo. Es interesante lo que nos dice Alexander Pope sobre el conocimiento (del que la fuente de Pieria es metáfora): un poco puede ser peligroso siempre y cuando quien lo posea piense que es suficiente. Si lo miro desde mi experiencia personal, tengo que darle la razón. Yo estudié veterinaria pero no terminé la carrera, de forma que probablemente tenga más conocimientos biomédicos que la media de la población pero sin duda menos que los profesionales del sector, y eso es un drama, porque mis mutilados conocimientos a menudo me permiten reconocer los problemas, pero rara vez me acercan a las soluciones. Tengo para mi que esto es lo que mal que bien nos sucede a muchos con la situación económica, los medios nos han ido entrenando poco a poco en el entendimiento superficial de conceptos económicos que hasta hace poco nos eran completamente ajenos, las explicaciones de toda laya nos inundan a diario y las predicciones, revisiones y alternativas nos acompañan en cada temerario intento de bucear en la actualidad que hagamos, sea por el medio que sea. De esta forma hemos llegado a concebir la ilusión de que entendemos los mecanismos de esa inextricable maquinaria antinatural en que se ha convertido la economía y albergamos así la esperanza de comprender lo que pasa, por qué ha pasado y qué puede pasar a partir de ahora. Pero de esta fuente estamos condenados a beber tragos cortos, el ciudadano medio no puede aspirar a nada más que al menú degustación porque el fundamento de la actual ciencia económica es precisamente que quienes no la manejamos no comprendamos nada. Si llega el momento en que aprendemos más de la cuenta, ya cambiarán las normas. No podemos comprender esta degenerada actividad que es hoy la economía a gran escala porque no es natural, porque no se basa en producir, vender, trabajar y esos conceptos que mal que bien maneja el común de los mortales, sino que uno se hace rico apostando al precio de un trigo que aun no se ha sembrado, al hundimiento de la economía de un país que no se conoce, a la depreciación de una moneda, etc. Las empresas no se enfocan tanto a su beneficio como al de sus accionistas, lo que no es lo mismo ni por asomo, y la actividad económica no se deriva de la intención de atender una necesidad de la sociedad, sino de las ansias de enriquecimiento de unos determinados agentes que no tienen mayor conexión con la realidad que aquellos que debieran controlar su actividad y viven en su mismo espejismo. Hoy por hoy la economía y los gobiernos que se arrodillan ante sus gurús no están al servicio de los ciudadanos, sino que se han convertido en operarios de mantenimiento de un gigantesco espejo ustorio que capta cuanta energía productiva seamos capaces de generar los habitantes de este maltrecho planeta para devolvernos reflejada toda la potencia destructiva que concentra y que, por cierto, parece notablemente superior al beneficio que por otro lado sacan de él.
Temo no obstante que la inmersión en ese universo económico paralelo que vive junto a nosotros parasitándonos haya hecho olvidar a sus moradores una o dos reglas nada complejas, de sencillo sentido común, entre las que destaca el elemental mandamiento de no matar a la gallina de los huevos de oro. Y yo no se a ustedes, pero a mi me parece que ya va siendo el momento de dejar descansar a la gallina y permitirle que recupere la salud, de cesar de exprimirla porque por este método en lugar de oro pronto se conseguirá únicamente zumo de gallina, que no debe ser algo con el menor valor comercial. Aunque seguramente habrá quien se haga rico apostando al volumen de líquido obtenido.

martes, 25 de septiembre de 2012

Indignación y civismo


«La base de la vida es la probidad. Si hay probidad, entonces se tiene todo»
Lev Tolstói


Para quienes llevamos mucho tiempo abogando de forma más o menos pública, más o menos efectiva, por el renacimiento de una cierta conciencia cívica en la ciudadanía, al menos para mí es así, resulta un tanto agridulce la contemplación de la manifestación actual del nacimiento de una criatura cuya paternidad sea achacable menos a la virtud cívica y al compromiso que al populismo, la desesperación y la demagogia. La indignación está bien, es sana y comprensible, pero esta indignación con la que quienes hasta ahora nos creíamos predicadores en el desierto nos vemos sermoneados por ese desierto antes mudo, deja un tanto que desear. ¿Y porqué digo esto? Pues por una razón muy clara, por mala que sea la situación, por indefendible que haya sido el desempeño en su función de los gestores de lo público, nada se soluciona con la única selección de los chivos expiatorios más impopulares y su posterior vituperación en el espacio público. Aunque lo merezcan, que en muchos casos lo merecen. Políticos y banqueros son culpables de muchas cosas, sí, y su culpa es mayor porque mayor ha sido su responsabilidad, pero no hay indignación, proyecto alternativo ni acto de justicia válidos sin asunción de las propias responsabilidades. Es necesario algo más. Decía Herzen que «si tan solo cada persona quisiera, en lugar de salvar el mundo, salvarse a sí misma; en lugar de liberar a la humanidad, liberarse a sí misma, sería mucho lo que haría por la salvación del mundo y la liberación de la humanidad», y en el actual contexto me parece que es una reflexión necesaria. Cierto que la actuación de muchos responsables del dinero público (y del privado) en estos años bien pudiera y debiera hacerles merecedores de una condena no sólo moral, sino penal, pero no es menos cierto que muchos de los que ahora se indignan y piden a voz en grito toda clase de castigos bíblicos para ellos, en la escasa medida de sus posibilidades no han sido más honrados y no hay regeneración democrática posible que no empiece por la base. Está muy bien rebelarse contra un orden injusto de las cosas, pero la fuerza moral para hacerlo desaparece si en su vida personal y profesional no hace gala de una honradez idéntica a la que exige a los demás, y eso incluye no cobrar sin factura, no vender ni comprar pisos con dinero negro, no emplear a gente sin contrato, no elevar artificialmente el precio de las cosas, no fingir bajas en el trabajo, en fin, no poner en práctica ninguno de todos esos comportamientos incívicos y reprobables con los que tan condescendiente se ha sido hasta ahora en esta sociedad. Denunciar los actos impropios que cometan los otros, especialmente si los cometen en nuestro nombre, está bien, es necesario y su conocimiento por el público es imprescindible, pero si no va acompañado de un comportamiento ejemplar propio en todos los aspectos de nuestra convivencia como parte de una sociedad no sólo es hipócrita, sino que será estéril. No es muy popular decir esto, pero tengo mis dudas de que en este país los políticos sean menos honrados que cualquier otro gremio, independientemente de que las consecuencias de sus actos, lógicamente, sean más graves. No tengo nada claro que no tengamos los políticos que nos merecemos, por una sencilla y evidente razón, que tenemos a los políticos que elegimos y nada nos habría impedido elegir a otros.
El comportamiento cívico de todos y en todo (desde nuestro puesto de trabajo aquellos que tengamos la suerte de disfrutarlo hasta la actitud a mostrar en las, por otro lado, legítimas protestas), siempre escrupulosamente respetuoso con la ley y las personas, debe ser la base sobre la que construir una sociedad democrática. Si la indignación es el germen del civismo, bienvenida sea, si es sólo la válvula de escape para la frustración sin llevar un proyecto o al menos una idea alternativa aparejada sólo es vocerío y germen de populismo, de un estado de las cosas mucho peor. Como dijo Thoreau, «si quiere persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Que no le importe si no lo convence. Los hombres creen en lo que ven. Consigamos que vean»

miércoles, 25 de julio de 2012

La cadena

Vivimos una época curiosa. Sorprende ver cómo todo aquel que tiene alguna responsabilidad de gestión rechaza por injustas y dolorosas las medidas que toman todos aquellos que tienen una responsabilidad mayor que la suya, pero a su vez plantean medidas igualmente injustas e igualmente dolorosas a aquellos que tienen una menor o que, sin tener ninguna, tienen la desgracia de estar bajo su autoridad. Eso sí, declaran no hacerlo por gusto, sino porque no tienen otro remedio.
Ocurre con las medidas que desde la Unión Europea se le imponen a España, que a nadie le gustan pero son “necesarias”. El gobierno español a su vez impone medidas similares a aquellos a quienes puede: comunidades autónomas, funcionarios, etc. Pero no le gusta hacerlo, es sólo que no le queda otro remedio. Las comunidades autónomas, a su vez, asumen el recorte que les imponen y lo trasladan a su vez a las instituciones y personas que dependen de ellas. Tampoco les gustan, aunque haya algunos a quien incluso parecen estar disfrutando debilitando la parte de Estado que les corresponde (un estado fuerte no está en su ADN, no es parte fundamental de su ideología y creen que “adelgazarlo” es lo correcto). Pero lo habitual es escuchar de nuevo que no les queda otro remedio. Estas instituciones, a su vez, aunque algunas de ellas presuman de independencia, asumen esas medidas e implementan otras nuevas de su propia cosecha. No hay otro remedio, repiten cual mantra escasamente musical.
Es curioso que ninguno de los eslabones de la cadena se plante y, con la misma contundencia que emplean para denunciar los recortes que se le imponen desde arriba, se niegue a trasladarlos o multiplicarlos hacia abajo. Es llamativo que nadie encuentre necesario, éticamente obligatorio y parte fundamental de sus responsabilidades buscar ese otro remedio que no creen que exista.
La cuestión es que, llegando al final de la escalera, hay instituciones como por ejemplo las Universidades públicas, cuyos trabajadores sufrimos un recorte cuádruple en nuestras nóminas. Dos por parte de los sucesivos gobiernos que se han aplicado en no encontrar otro remedio, uno directo por parte de la comunidad autónoma y otro (en múltiples formas) de la Universidad.
Y el caso es que a todos estos responsables públicos de comportamiento poco edificante se les elige, se les vota. Su elección es el resultado de un proceso democrático en el que los participantes sí creían tener otro remedio, y ese remedio era precisamente su presidente, su diputado, su senador, su concejal, su presidente autonómico, su alcalde, su rector.
Todos los eslabones de la cadena se equivocan en este proceso, en el sentido de que las medidas que ponen en práctica ni son justas ni funcionan ni, en general, sirven para nada. Pero el error más trágico se me antoja que es el que al principio parecía más inocuo, el de los votantes. Porque nos equivocamos como país con nuestro voto (y no sólo esta vez), nos equivocamos con nuestro voto como ciudadanos de una comunidad autónoma, nos equivocamos con nuestro voto como vecinos de un municipio y nos equivocamos con nuestro voto como universitarios. Pero no nos equivocamos en a quién elegimos, en eso cada cual estará más o menos conforme con su libre elección, nos equivocamos en qué elegimos. Creíamos votar a nuestros representantes y lo que en realidad seleccionamos fue a los defensores de intereses ajenos, a delegados de otros gobiernos, a consejeros de otras empresas, a representantes de otras personas, en fin, a quienes utilizan nuestro mandato representativo para defender intereses que no son los nuestros. Y no albergo la menor duda de que lo hacen de buena fe, de que están convencidos de que es el único camino y de que, transitándolo, nos defienden. Pero no creo que sea así, que quienes nos gobiernan no conciban otro pensamiento que el único no implica que no exista y, por tanto, como ciudadano cada vez menos libre pero de momento aun pensante, expreso mi disconformidad y digo en voz alta que el argumento “no me gusta tomar esta medida pero no tengo otro remedio” no es aceptable. Siempre hay otro remedio, pero se necesita valor en independencia de criterio para aceptar que es así, y en todo caso no conocerlo previamente no es excusa para no buscarlo. Y hasta que no haya alguien que se niegue a cometer con los demás la injusticia que cometen con él, aunque sólo sea por principio, el sistema no funcionará, porque quienes lo gestionan no harán su trabajo.

martes, 24 de julio de 2012

Discurso único, discurso falso

Este blog hace tiempo que se acostumbró al silencio, un silencio voluntario sin más motivo que la mordaza que supone una realidad apenas entendible. No obstante, asumiendo las dificultades que la ignorancia económica nos plantea en esta época la realidad a los legos en esa materia (aunque no parece que a los expertos sus conocimientos les ayuden mucho no sé si a comprender, pero desde luego sí a solucionar los problemas), llega un momento en que el silencio se puede confundir con la asunción del discurso único, y no es algo a lo que ningún ciudadano deba estar dispuesto.
Me preocupa la asunción de ese discurso único incluso en quienes critican las medidas concretas, porque lo asumen cambiando esas medidas o matizando algunas de ellas. Y no se trata de eso. Si el actual modelo del Estado, como nos dicen, es inviable, y lo es porque no hay dinero para afrontar a la vez el pago de la deuda y el del estado de bienestar, no podemos asistir en silencio a que la solución sea primar la una sobre la otra, ver en qué podemos recortar del dinero que se destina a los ciudadanos para destinarlo a pagar la deuda, sino que muy al contrario debería ser ver cómo podemos disminuir los recursos que destinamos a la deuda para garantizar la viabilidad del estado de bienestar. Porque para eso es para lo que pagamos a nuestros gobernantes, para que busquen la manera de conseguir garantizar nuestros derechos y libertades, y no hay libertad ni derechos sin recursos, sin no dominación.
El estado es una forma de organización de los ciudadanos, nosotros somos el Estado y no sus súbditos, y el gobierno es nuestro empleado al que hemos contratado para encargarse de las necesarias tareas que garanticen la viabilidad del modelo de Estado en el que queramos vivir. Este gobierno no hace su trabajo no porque todos los indicadores económicos hayan empeorado dramáticamente en su tiempo de ejercicio, eso no hace sino ratificar que, al contrario de lo que ellos defendían cuando eran oposición, el problema no es únicamente interno. El gobierno no hace su trabajo porque no gobierna para los ciudadanos, porque no termina de asumir que sus administrados (y, por tanto, sus jefes) somos los ciudadanos y no los bancos, españoles ni alemanes, o los dirigentes de los otros países junto con los que hemos formado un club que no funciona como tal, sino como foro en el que cada cual vela por sus intereses particulares. Puesto que los rescates, los intereses de la financiación, la negativa a comprar deuda soberana y todos estos temas de actualidad no se tratan como un problema de todos y desde el interés general, no existe ninguna justificación moral para que España no haga lo propio y prime su interés particular, máxime cuando este no se contrapone al de los demás estados europeos, sino al de sus bancos.
Porque los rescates no son formas de ayudar a los países rescatados, sino medios para convertirlos en máquinas inhumanas de pagar deuda, independientemente del bienestar de sus ciudadanos. Y la experiencia demuestra que no funcionan, nunca lo han hecho. Si algo ha demostrado la Unión Europea es que prefiere un país rescatado que genere 70 y destine 60 al pago de su deuda y 10 a sus ciudadanos, a uno que genere 100 y destine 50 a sus "obligaciones" para con ellos y otros tantos a sus propias necesidades.
No podemos asumir el discurso de que todos los recortes son inevitables y se hacen en contra de la voluntad de quienes los ponen en práctica (y no nos engañemos, es la política del PP tanto como lo fue la del PSOE), no es verdad que no haya otro remedio, es simplemente que quienes deben buscarlo han renunciado previamente a explorar cualquier otro camino que no sea el de la ortodoxia neoliberal. ¿Acaso recuerda hoy alguien la patraña de la refundación del capitalismo, su humanización? Si algo ha traído esta crisis es la definitiva deshumanización del sistema. 
¿Qué pasaría si el señor Rajoy fuese a Bruselas y dijese, serena pero firmemente, que no aceptaba el rescate y que, en su lugar y puesto que Europa se negaba a ayudar en la búsqueda de una solución de verdad, iba a dejar en suspenso el pago de la deuda para tener recursos suficientes para cumplir con sus obligaciones, que son las que ha contraído con los ciudadanos de su país por encima de cualquiera otras? ¿Que sucedería en ese escenario, nos echarían del club aun a costa de arruinar a sus bancos o por el contrario abrirían los ojos y comprenderían que rescatar no es lo que nos están proponiendo, que ayudar es otra cosa y que el problema es tanto nuestro como suyo? Pues no lo sabemos porque eso es algo que no van a intentar nuestros dirigentes, como no lo intentaron los anteriores y probablemente no se lo planteen sus sucesores. Si Merkel puede anteponer los intereses no ya de sus ciudadanos, sino de sus votantes, frente a los de los ciudadanos europeos en general y españoles en particular, ¿porqué nuestro presidente no se siente suficientemente liberado de compromisos como para actuar en consecuencia? ¿Porque sacrificarnos en el altar de una Europa que no es que no funcione, es que no existe?
Lo antedicho no obsta para que lo que deba ser racionalizado se racionalice, lo que deba ser reformado se reforme y lo que deba ser cambiado o eliminado se cambie o se elimine, pero todo ello se debe hacer con el objetivo de garantizar el Estado de Bienestar, de incentivar el crecimiento y el consumo, de garantizar el empleo a quienes lo tienen y hacer lo posible para que los que no lo tienen lo encuentren y con la mente puesta siempre en porqué están nuestros representantes donde están, que debería ser única y exclusivamente para servirnos, para conseguir de la manera más eficiente posible los objetivos que los ciudadanos nos marcamos como sociedad, no para imponernos unos artificiales y diferentes.
Si una medida no es justa, no es necesaria, si algo no se puede hacer con justicia, es que no debe ser hecho. Lo demás es demagogia.

jueves, 3 de mayo de 2012

Una humilde propuesta

No pretende esta humilde propuesta ser tan original, incisiva y revolucionaria como la que en su día popularizó el gran Jonathan Swift, no soy tan atrevido, sin embargo, visto lo apurado de la situación y la senda que siguen las soluciones que nos proponen quienes pueden aplicarlas, me atrevo a aportar un pequeño grano de arena, tal vez únicamente medio para dar ejemplo de austeridad, y hacer notar a nuestros gobernantes que su incuestionable política de reducción del déficit y su infatigable búsqueda de ingresos con los que equilibrar balances aun a costa de tornar derechos en recursos, en lo que constituye sin duda un descuido incomprensible ha dejado de lado fuentes recaudatorias muy prometedoras como el aire o la luz solar, que a fin de cuentas son de todos y no es de recibo que algunos las utilicen con mayor intensidad sin pagar por ello una compensación, por lo que urge establecer un sistema de cobro, copago o céntimo solidario, como se le quiera llamar, para conseguir que este recurso hasta ahora gratuito, cosa inaudita, se transforme en una cara más de la solución a esta situación tan apurada que nos afecta. Naturalmente no se puede ser discriminatorio en la aplicación de estas medidas, los pensionistas y las personas con dificultades respiratorias, por un lado, o dermatológicas, por otro, si bien exentos no, porque eso está mal visto en Europa, deberán poder disfrutar de un régimen tributario especial menos gravoso para sus bolsillos y siempre con un límite de, pongamos, diez euros al mes. Para el resto, basta con establecer unas tablas, previos estudios independientes y bien remunerados, que establezcan de forma bien ponderada e inapelable el precio a pagar en función de la capacidad pulmonar en un caso o del grado de melanina, la intensidad del moreno, para entendernos, en el otro. Este segundo caso es un tanto delicado ya que en algunos ciudadanos que por cuestiones genéticas gozan de un grado de pigmentación cutánea especialmente alto sería difícil de medir y por tanto de aplicar, a no ser que se estableciera en su caso una suerte de "canon pigmentario", que siempre haría sobrevolar sobre la medida el molesto fantasma del racismo pero evitaría que nadie se parapetase tras su piel para eludir el un pago tan justo como necesario.
Naturalmente no basta con implantar estas medidas, hay que justificarlas tanto desde un punto de vista político como moral, pero ese camino ya está hecho, incluso trillado a estas alturas: desde un punto de vista político el gobierno debe aducir que si bien es contrario a su programa, a los pilares ideológicos que lo sustenta y son su razón de ser y a sus preferencias personales, deben aplicarlas en contra de su voluntad por culpa de la herencia recibida. En cuanto a la justificación moral, es fácil, la mayoría absoluta les faculta para tomar cuantas medidas consideren oportunas empujados por la fuerza de las urnas.
Eso sí, la pirueta, como las anteriores en sanidad, educación, peajes, etc, requiere de cierta habilidad, no todo el mundo vale para aplicar ciertas medidas, pero hay que reconocer un mérito muy especial para aplicarlas en nombre de ideas liberales. Talento semejante no tiene parangón en la política patria y así debe reconocerse.
Y si no, siempre queda la alternativa Swift.