lunes, 28 de marzo de 2011

The Wall. Roger Waters. 26/3/2011

Los días 26 de marzo rara vez se transforman en 25 de octubre, les resulta de propio incompatible con su naturaleza, sin embargo este pasado sábado en lugar de como el último de marzo se presentó en mi perjudicada imaginación como un rutilante 25 de octubre, y no cualquiera, sino el de 1415, porque los soldados ingleses que se disponían a derramar su sangre en la batalla de Agincourt, cuando escucharon la famosa Arenga del día de San Crispín con que el rey Enrique V (si es que ésta se asemejó a la que escribiera después Shakespeare en la escena III del acto IV de su drama) les motivó para lograr una inesperada victoria sobre los franceses, seguramente sintieron una euforia similar  a la que, sin ánimo de exagerar, sentí yo. Y no por la batalla, no soy muy partidario de hacer apología de la guerra y nada sería más inapropiado para el caso que nos ocupa, sino por la conciencia de estar asistiendo a un momento histórico. Tenía yo la ventaja de no verme en el trance de tener que afrontar una cruel batalla en inferioridad de condiciones, que ya de por sí no es poca cosa, y no era un rey inglés de 28 años, sino un músico británico de 67, el causante de mi euforia, pero la conciencia de estar asistiendo a un momento histórico era indudable. 
Si hace 25 años me hubiesen preguntado qué me gustaría hacer si pudiera viajar en el tiempo, es  probable que hubiese respondido que asistir a uno de los escasos conciertos del muro que en su momento dieron Pink Floyd, pero la máquina del tiempo no estuvo a mi disposición hasta ahora, y no funcionó hacia atrás, sino que rescató el concierto del pasado y lo trajo al presente. Sin Pink Floyd, es cierto, ahora lo celebra Roger Waters en solitario (bueno, no en solitario, con una banda espectacular pero sin sus compañeros de reparto originales) y con cierta mejoras técnicas y logísticas que lo convierten, ahora como entonces, probablemente en el mayor espectáculo que se pueda ver sobre un escenario. La apabullante puesta en escena, la tremendamente efectiva iconografía y los dibujos de Gerald Scarfe, cuyo mérito es de destacar ya que funcionan a la perfección pese al paso del tiempo y la llegada de la era digital, la virtuosa ejecución de los músicos, el emotivo alegato antibelicista que conforman las imágenes de víctimas reales de conflictos armados proyectadas sobre el muro que comenzaron con la del padre del propio Waters, la inigualable partitura y la madurez de su intérprete principal conviertieron el concierto en una experiencia inolvidable, pero difícil de explicar para quien no la viviera en directo. Poco queda que añadir, salvo que, como les pasara a aquelos ingleses que en 1415 no participaran en la batalla de Agincourt en palabras del rey: los gentileshombres que están ahora en la cama en Inglaterra se considerarán malditos por no haber estado aquí.
 

jueves, 24 de marzo de 2011

Capillas como votos

A quien no conozca la Universidad Complutense le puede parecer que existe realmente un debate sobre la idoneidad de la existencia de capillas en espacios públicos, cuando lo que sucede sencillamente es una burda cortina de humo con fines electoralistas, un enroque para que no se hable de lo que realmente debe hablarse en una campaña electoral como la que la institución vive en estas fechas. Eso y el irresponsable intento de movilización del electorado indeciso frente al miedo de un inexistente avance ultramontano en la Universidad. 
Desde una perspectiva laica y laicista, como la que defiendo, resulta doloroso comprobar una vez más que se instrumentalizan unas convicciones por lo demás tan respetables como la que más con fines absolutamente ajenos a lo que defienden. El laicismo es y debe ser respeto, cualquier reivindicación que se haga en su nombre que resulte ofensiva para las creencias de cualquier ciudadano ni es laicista ni es aceptable, porque el objetivo del laicismo no es erradicar ninguna creencia, sino proteger todo aquello que corresponda al ámbito privado de los ciudadanos de cualquier tipo de injerencia precisamente manteniéndolo dentro de ese ámbito privado. Es obvio que para un laicista no ha lugar a la pervivencia de capillas en las universidades públicas, en cualquier caso no es de recibo que una confesión determinada, la que sea, mantenga un espacio público privativo para su liturgia (un espacio ecuménico también sería discutible, pero aceptable si naciera de una demanda social), pero no es menos obvio que lo ocurrido en la capilla de la Facultad de Psicología es inaceptable. Y no lo considero inaceptable pese a ser laicista, sino que lo considero como tal precisamente por ser laicista: eso que unos llaman performance y otros profanación no es para mí sino una soberbia muestra de arrogancia y falta de respeto, un intento de imposición de creencias, una injerencia arbitraria en el ámbito privado de las personas que estaban celebrando un acto perfectamente respetable. Si se desea promover el cierre de las capillas, que se proponga conforme a los mecanismos establecidos ante las intituciones pertinentes tanto a nivel de Facultad como de Rectorado, y que se decida civilizadamente en base a la argumentación y el debate, pero nunca, bajo ningún concepto, privando a las personas, muchas o pocas, del derecho fundamental al ejercicio de su fe. Porque la responsabilidad de la resolución de este conflicto, de ser un conflicto y de precisar una resolución urgente, es institucional y de ninguna manera recae en las personas que no hacían sino disfrutar de un servicio que la institución, legalmente, pone a su disposición, cuyo disfrute está protegido por la constitución y el marco legal vigente y que en ningún modo pueden ser tomados como rehenes (no físicamente, se entiende) de una batalla política. 
Lo que no parecen entender los promotores de la irrupción en la capilla  y sus sobrevenidos defensores es que su acto es reprobable no porque cuestionara la pertinencia de la existencia de capillas en los espacios públicos, algo a lo que tienen perfecto derecho que por otro lado nadie cuestiona, sino porque su acto, independientemente de su voluntad inicial y de su desconocimiento o no de la legislación, se dirigió contra personas a quienes se privó de ejercer, bien que momentáneamente, sus derechos fundamentales. Lo que no entienden es que su torpe acto no atacó a capillas ni a religiones, sino a personas. Ojalá no hubiera capillas en los campus, pero mientras las haya quienes las usen deben poder hacerlo con el más exquisito respeto por parte de la comunidad universitaria, lo contrario no es laicista (ni universitario, seamos serios), es sencillamente antidemocrático.
Flaco favor han hecho los promotores de este absurdo acto a la defensa de la concepción laica del espacio público en nuestro país. Es una confrontación ideológica que existe, es un debate necesario que no se ha llevado a cabo con la seriedad exigible y que estos irresponsables han hecho alejarse, probablemente años, del terreno democrático y civilizado en el que tiene que desarrollarse. Como por lo demás parecen seguir deseando quienes se disponen a incrementar el ruído y la furia con actos absurdos de "desagravio laico" y similares el lugar de aportar la serenidad y la inteligencia que son necesarios en todo debate y cuya ausencia es inconcebible en quienes se dicen universitarios.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Si hay que ir...

El gigante que se esconde en mi silencio, que diría Paco Bello, a menudo me reprende por permitir al enano que se muestra en mis palabras exibirse impúdicamente cuando en realidad no sabe qué decir, como es este caso, y sin embargo, pese a no tener nada claro de qué voy a hablar en realidad, me siento en la obligación de hacer un comentario sobre la guerra, intervención o lo que sea que estamos haciendo en Libia. Hay que partir de alguna base para encontrarle algún sentido, y la base necesaria es que las informaciones sobre las masacres de civiles son ciertas y que realmente era necesaria una intervención de algún tipo para evitar el asesinato de civiles. La primera duda es la evidente, ¿porque en Libia sí y en [aquí se pueden escribir múltiples lugares, Darfour por ejemplo, dejo la elección a criterio del amable lector] no? Pero ese es un argumento recurrente y que sólo encuentra explicación en la hipocresía de las potencias occidentales, explicación triste pero suficiente. En cualquier caso, si era necesario intervenir en Libia, debe hacerse independientemente de que en otros lugares no se haga porque igualar por defecto es tan injusto como no igualar en absoluto. El problema no es por tanto si se debe intervenir en Libia o no, sino cómo debe hacerse. La oposición frontal al uso de la fuerza y el recurso a otras medidas, como defendió ayer Llamazares en el Congreso, amén de coherente es perfectamente respetable y defendible, de hecho simpatizo con ella. Lo contrario, el recurso a la fuerza, también es coherente y defendible desde otro punto de vista no tanto ideológico como estratégico, y tampoco tengo nada que oponer. 
Todo esto es lo que más o menos tenía claro hasta que ayer el presidente decidió utilizar el estrado del parlamento para escenificar su enésimo intento de asar la manteca, y es que su pintoresca revelación del objetivo de la intervención, no del que es sino del que no es: el derrocamiento de Gadaffi, es desconcertante. A este respecto se plantea consiguientemente una duda de caracter estratégico y otra táctico. Si el objetivo estratégico no es el derrocamiento de Gadaffi, ¿cual es? ¿Se supone que la contemplación de las bombas cayendo del cielo cual castigo divino deben obrar en él el milagro de transformarle en un dirigente democrático modelo?¿La catársis inducida por los Tomahawks viene a ser de tal grado que el dictador verá la luz y cuando éstos dejen de caer no sólo cesará las represalias contra los opositores sino que los acogerá bajo su manto paternal y les agradecerá cariñosamente su intervención en el proceso cuasi místico de su conversión? Me perdone el señor presidente, pero no parece probable. Si vamos a intervenir en un proceso bélico, una guerra, vamos, no parece mucho pedir que al menos sirva para algo.
La duda táctica es la siguiente: tratamos de convencer a Gadaffi de que deje de lanzar bombas contra su población civil lanzando bombas sobre él. Como argumentación es discutible, "para que dejes de hacer lo que haces, hago yo lo mismo que haces tú y así ves que no está bien", y sobre todo extemporánea porque llega extraordinariamente tarde si de lo que se trataba era de proteger a la población civil. Aunque más vale tarde que nunca. Pero si no perdemos de vista que el objetivo no es forzar la caída del régimen, ¿de qué sirve la táctica del bombardeo?¿Acaso se trata únicamente de debilitar a una de las partes para que sea la otra la que gane la guerra civil por sí misma, es decir, de forzar la caída del régimen pero sin que parezca que haya sido cosa nuestra?
La intervención militar puede estar justificada si de proteger a la población civil se trata, especialmente en nuestro caso ya que se puede alegar que tenemos la responsabilidad de evitar que se maten inocentes con las armas que nosotros mismos le hemos vendido al tirano, pero si se hace se debe hacer bien, sin medias tintas, con cascos azules que protejan efectivamente a la población y con un horizonte de democratización del país. No es que sea la cita de un brillante pensador la que voy a usar para cerrar el comentario, algo especialmente indicado dada la altura intelectual del argumento a rebatir, pero resulta especialmente indicado recordar aquello de "si hay que ir, se va. Ir por ir es tontería".

miércoles, 16 de marzo de 2011

Una de cal y dos de arena

La cal
Es una magnífica noticia que desde estrasburgo se señale que el rey no debe tener una protección especial frente a las injurias, no más que cualquier otro ciudadano, o al menos señale que de ninguna manera el monarca se encuentra protegido frente al libre ejercicio de la libertad expresión dentro de la normal actividad política de una sociedad democrática.

La arena
No obstante parece difícilmente justificable dentro del derecho a la libertad de expresión la calificación de torturador a quien no lo es, es decir, si bien considero que el delito de injurias a la corona es una aberración democrática, el de injurias a secas es una exigencia cuya protección es exigible a los poderes públicos. En definitiva, no creo que la libertad de expresión ampare algo que debiera ser considerado injurioso por sí mismo, independientemente de si se dirigida al rey o a cualquier ciudadano.
Satisface por otra parte que la justicia emita sus valoraciones en base a la argumentación jurídica que considere oportuna, no a la identidad del demandante, y debemos alegrarnos de que sea así, ello no obsta para que resulte doloroso que el señor Otegui, precisamente el señor Otegui, obtenga el amparo de una justicia que por lo demás no reconoce por acusar a alguien de algo que por lo demás defiende y justifica cuando quien lo practica, y lo practica sobre ciudadanos particulares y sobre la sociedad en su conjunto, son los terroristas que tan íntimamente se identifican con las formaciones políticas que ha dirigido.

lunes, 14 de marzo de 2011

Japón

Visto con ojos mediterráneos, el japonés es un pueblo misterioso, inquietante, un pueblo que destaca por su compromiso con la modernidad y la tecnología y por otro lado por su defensa de la tradición (lo que demuestra, por cierto, que no son en realidad una cosa y su contraria sino facetas perfectamente compatibles de la vida), una sociedad poliédrica caracterizada por su capacidad de sufrimiento a la que en estos días hemos visto dando un ejemplo encomiable de civismo aun en una situación si no desesperada sí muy preocupante. Tras el terremoto, las múltiples réplicas y el tsunami, viven ahora una crisis nuclear difícilmente imaginable no por su gravedad, sino por su lento discurrir, esa agonía a cámara lenta que debe ser la encarnación misma de la angustia. Desde occidente, sin embargo, desde la comodidad de nuestros sillones donde no llega la catástrofe natural y donde la crisis económica ya nos parece un precipicio insuperable, tenemos el atrevimiento de rasgarnos las vestiduras, de asustarnos por las "enseñanzas" de la crisis nuclear japonesa y anunciar todo tipo de medidas urgentes de control de las centrales nucleares, test de estrés (cuando algo se pone de moda, se pone) y revisiones varias. Quienes sufren el problema lo afrontan con la lógica preocupación pero con aparente calma y los que no lo padecemos vemos desatarse una escalada de histeria con tintes populistas ciertamente preocupante. La energía nuclear es un tema serio, un país debe decidir el modelo energético que quiere adoptar con la cabeza fría y valorando los pros y los contras de cada opción. Yo no soy especialmente favorable a la energía nuclear, aunque tampoco soy un antinuclear radical (o mejor dicho, no tengo conocimientos suficientes para ser ni lo uno ni lo otro), entiendo que las energías renovables son preferibles pero como de momento son más caras y su impacto sobre el medio ambiente es diferente pero no pequeño y, finalmente, tomando en consideración la actual coyuntura económica, tal vez no sea el momento de cerrar centrales, aunque eso es algo cuya viabilidad se debe estudiar seriamente y adoptar un modelo, el más conveniente, y un plan de futuro que esté lo suficientemente consensuado, bien planteado y sea lo suficientemente eficiente y sostenible como para que no esté sometido a los vaivenes políticos circunstanciales de cada momento. Lo que no es de recibo es deducir del actual problema nuclear japones conclusiones restrictivas, legislar de la mano de la alarma social, porque si algo debemos sacar en claro de la situación nipona no se refiere al peligro de la energía nuclear, porque sí, es cierto que ha habido dos explosiones en una central y en otras están en estado de alarma, pero no es menos cierto que las explosiones no han sido nucleares, que los reactores no parecen correr peligro, que las fugas de material radiactivo son pequeñas y, sobre todo, que esta situación sobreviene tras uno de los peores terremotos de la historia y tras un tsunami aterrador, lo cual vendría a demostrar unos estándares de seguridad extremadamente altos, no lo contrario (imagínense un terremoto y un tsunami de la mitad de la intensidad de estos en, por ejemplo, el polo químico de Huelva). Lo demás, aunque persiga un objetivo probablemente justo e inevitable a largo plazo, en las actuales circunstancias no es más que ruído y demagogia. De tener que tomar ejemplo de algo debiera ser del ejemplo de civismo de la población y de tener que preguntarnos algo y tomar alguna medida debería ser sencillamente cómo ayudar, y hacerlo.
http://www.elpais.com/videos/internacional/peor/casos/puede/fundirse/nucleo/Harrisburg/1979/elpvidint/20110312elpepuint_2/Ves/

viernes, 11 de marzo de 2011

Respeto y suspense: etología del pato cojo

Tengo mala memoria, mala doblemente porque lo es en el sentido de su escasa calidad pero también lo es en el de su malicia, porque de vez en cuando decide caprichosamente ponerse a funcionar y traer recuerdos al presente que amenzan con empañar la argumentación que quiere uno poner en pie. Me disponía a escribir sobre el artículo de ayer de Rafael Simancas en el que pedía primarias ya en el PSOE para inyectar algo de estabilidad en el turbulento horizonte que se divisa desde Ferraz. Iba a decir que es un artículo valiente y acertado y que no logro comprender como el presidente Rodríguez Zapatero se empecina en faltarnos al respeto jugando a las adivinanzas con un tema que es trascendente para el conjunto de la ciudadanía, pero entonces me asaltó la imagen de su predecesor haciendo exactamente lo mismo, aunque con unas dosis de chulería que no están al alcance del actual Presidente (ni de muchos otros), comunicándole a sus administrados que él sí sabía quien iba a ser su sucesor y que se lo había contado únicamente... a su cuaderno, incluso recuerdo como exhibía el susodicho cuaderno para mayor escarnio de unos ciudadanos que no sabían hasta entonces que su futuro se decidía con seriedad de parvulario. Gracias al inoportuno recuerdo resulta más difícil indignarse con el presidente Zapatero, lo cual es lamentable porque si no se irrita uno constantemente con el gobierno resulta difícil integrarse en una sociedad que hace tiempo le perdió el respeto, pero es que hay que reconocer que con la burla actual algo hemos mejorado sobre la pretérita, porque lo que el señor Rodríguez Zapatero oculta es su decisión personal en lo relativo a su propia continuidad, no la identidad de un sucesor impuesto a dedo, porque de no presentarse él la elección del candidato corresponderá a su partido, no será personal, y se decidirá probablemente mediante unas primarias, sutil diferencia de índole democrática que entiendo se les escape a los simpatizantes del eterno enfadado de Valladolid. En cualquier caso ninguno de los dos se encuentra a la altura de lo que se espera de un dirigente democrático en pleno siglo XXI. No es esta sin duda la falta de respeto más grave con la que nos ofenden, pero sí probablemente la más fácil de solucionar porque no se trata de un déficit estructural, de un fallo del sistema difícil de arreglar, sino de la simple voluntad de una persona de comportarse como un ser humano decente en lo que a sus decisiones personales se refiere. No hay muchos paralelismos entre el señor de la ceja y el del bigote, o en realidad sí que los hay porque sus pertidos llevan años manteniendo un consenso tácito sobre aquellas fallas del sistema (Ley Electoral singularmente, pero no sólo) que les favorecen en detrimento de la calidad de nuestra democracia, aunque eso es otra historia, pero en lo que respecta a este punto, el respeto a los ciudadanos y la transparencia de las decisiones, sí que existe el punto de encuentro y me pregunto si lo que tienen en común es algún extraño mecanismo psicológico que se desencadena en las mentes de quienes ostentan el poder que les lleva a distanciarse de la realidad, si es la evidencia de que la metamorfosis en pato cojo es dolorosa e inconscientemente se resisten a ella o si sencillamente es el mal tino que tenemos los españoles a la hora de elegir a nuestros representantes.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Las víctimas profesionales

Ha tardado un tiempo Ruiz-Mateos en encontrar a alguien a quien culpar de la situación en la que su mala gestión ha colocado a sus empresas, como es costumbre (ambas cosas lo son, gestionar mal y culpar a terceros de su propia incapacidad). No parece haber tenido otra estrategia el empresario que crecer a toda costa, imagino que para entrar en esa categoría de "demasiado grande para caer", algo que afortunadamente no ha conseguido porque a los ciudadanos ya nos ha costado suficientes miles de millones la tan supuesta como inmoral obligación de rescatarlas, de forma que ahora , a falta de argumentos para responsabilizar al gobierno , para eso ya están los sms de intereconomía, y fallido su primer intento de culpar a la prensa, el culpable es Emilio Botín. Porque alguno tiene que haber y puestos a elegir es preferible escoger a alguien a quien sea fácil aplicar la zafia demagogia marca de la casa, alguna presa fácil del burdo populismo: si todo el pecado de Botín es haber restringido el crédito a Nueva Rumasa, habrá que darle al señor Ruiz-Mateos la bienvenida al club porque toda la banca le ha restringido y aun restringe el crédito a todas las empresas, PYMES y ciudadanos de ese país, a menudo a quienes no sólo lo necesitan más que él, sino a quienes también lo merecen más. Amenaza ahora el clan del empresario con investigar todos los escándalos que puedan afectar al banquero (bienvenido sea si se averigua algo, dicho sea de paso), cuando lo propio sería que colaborase en la investigación de los que afectan a su grupo, que son graves y son muchos, y no se sabe si, toda vez que Superman no es ya el más popular de los superhéroes, se disfrazará de Bob esponja para cosar mediáticamente a su nuevo archienemigo. Lo que sea menos asumir sus responsabilidades, cargar con las consecuencias y ante todo disculparse ante aquellos a los tan cínicamente reconoce ahora en su correspondencia haber engañado (cartas que él mismo ha hecho públicas, demostrando lo poco que le importan en realidad sus inversores).
El entramado empresarial radicado fiscalmente según la prensa a menudo en paraísos fiscales y toda la contabilidad creativa que ha aplicado para, en palabras de uno de los hijos varones, "blindar su patrimonio" (fuera de España, se entiende) sería simplemente inmoral e insolidario si se hubiera limitado a eso, pero cuando para blindar ese patrimonio se han llevado por delante el de miles de familias trabajadoras (y el de no pocos inversores) la más baja calificación moral es necesariamente aplicable. Sólo cabe esperar que las debilidades del sistema no impidan que la calificación penal vaya en consonancia, algo que me atrevo a vaticinar que no sucederá. Si hubieran dedicado los mismos esfuerzos a gestionar bien sus empresas en lugar de a blindar su patrimonio personal y escudarse tras una perpétua imagen de víctimas profesionales, tal vez nada de esto habría sucedido.

martes, 8 de marzo de 2011

Cercas y Espada

Estamos tan poco acostumbrados a las polémicas intelectuales en los medios y tanto a las riñas de verduleras que tendemos a considerar las primeras, cuando extrañamente aparecen, como variantes ilustradas de las segundas. Y no es así, o al menos no debería serlo. Disfruté de la polémica que mantuvieron semanas atrás Javier Cercas y Arcadi Espada sobre verdad y periodismo, aunque no fuera exactamente la polémica, sino lo que la rodeó, lo que provocó un verdadero desbordamiento de esos ríos de tinta patrios de propio tan aficionados a la inundación pero tan poco dados a desdordarse por algo de esta naturaleza. No hay mucho que añadir a la argumentación de uno y de otro, salvo el hecho evidente, al menos para mi, de que Arcadi Espada tenía razón, junto con el no menos evidente de que eligió un método más que discutible, por mucho que fuera contundente e inapelable, para demostrarlo. El propio Javier Cercas no se reconoce en la idea a refutar, según le escuché en una entrevista posterior en la que dijo no haber defendido nunca la mentira como recurso en el periodismo, cosa que si él la dice obviamente se debe aceptar aunque no pareciera  así leído su artículo, de modo que la polémica queda zanjada desde el momento en el que ambos contendientes dicen situarse en la misma orilla argumental. Sin embargo Arcadi Espada, sin dejar de reconocer su acierto en el fondo, se ha dejado no pocos pelos en la gatera, involuntariamente ha demostrado, además de su propósito inicial, que en este país tener razón no sólo no es lo único que importa, sino que parece importar bastante poco, y que se atiende más al ruído (y muy especialmente a la imaginada adscripción ideológica de quien lo provoca, aunque sea involuntariamente) que a la explicación. Tiende el señor Espada a cierta aspereza en sus planteamientos, también demuestra habitualmente una gran erudición y no poca brillantez, lo que, ya lo he dicho en alguna ocasión, le convierte en una de esas personas a las que admiro aun cuando en numerosas ocasiones no coincida con él, y por eso me duele que se le identifique por parte de muchas personas no con el brillante intelectual y polemista que es, sino con alguien vagamante asociado en el imaginario colectivo a un falso bulo (perdón por la redundancia, se entiende que un bulo es falso, pero lo defino así aun a riesgo de incurrir en tautológica incorrección porque es falso en tanto que bulo, no en tanto que historia, que por lo demás ha quedado explicado hasta la saciedad que es falsa) relativo a un escritor de éxito y un prostíbulo en Arganzuela.

lunes, 7 de marzo de 2011

Los 110

Vivimos tiempos de confusión. El presidente del gobierno, sin que exista explicación aparente, de repente ha decidido que para pasar por estadista debe tomar medidas impopulares, cuantas más y más difícilmente explicables, mejor. La oposición por su parte, ante la avalancha de medidas criticables que toma el gobierno, en lugar de frotarse las manos y criticarlas por lo que tienen de discutibles y presumiblemente ineficaces, decide hacerlo sin embargo precisamente por lo que no son, como injerencia en la vida privada de los ciudadanos. La reducción del gasto energético es necesaria, coincido con lo que dijo Jordi Sevilla al respecto: no es que las medidas que ha tomado el Gobierno estén mal, sino que debieran ser un simple acompañamiento a un plan más amplio, ambicioso y sobre todo bien diseñado. Y coincido también con él en que si malo es que estas medidas sean lo único que se propone para ahorrar energía, mucho peor es no tener ni siquiera esto que proponer y seguir considerando como única política energética la barra libre. El error del enfoque del gobierno está precísamente ahí, si se decide limitar a 110 la velocidad en las autovías  por cuestiones ambientales o de seguridad vial, es perfectamente legítimo, tanto como lo es poner el límite a 120, a 140 o a 50, siempre que se justifique. Alguien debería preguntarle a quien califica de ataque a la libertad o de injerencia en la esfera privada de los ciudadanos el nuevo límite de velocidad porqué ése coarta la libertad y 120 no, porque si uno considera que la velocidad a la que se puede circular por las carreteras forma parte de la inviolable esfera personal de los ciudadanos, además de hacerselo mirar porque es una majadería considerable, debe ser consecuente y oponerse a cualquier límite (y de paso a cualquier norma de circulación), y no sólo al que coyunturalmente se propone. Por más que intenten presentar a los sufridos ciudadanos como esos heroicos trescientos  espartanos que resistieron los crueles embates del pérfido persa en la batalla de las Termópilas, aunque por mor de la crisis los trescientos se queden en cientodiez y los persas en maléficos socialistas liberticidas, lo que ocurre no deja de ser, sencillamente, la consecuencia de la incapacidad del gobierno, erratico y desarbolado por la situación, para hacer aquello para lo que los ciudadanos les pagamos, algo a lo que lamentablemente ya deberíamos estar acostumbrados. Sacar de la ineficacia de las personas consecuencias sobre las ideologías que dicen defender (y que no defienden en absoluto) no deja de ser muestra de la más lamentable demagogia.
Y sin embargo es una mala medida, y lo es porque su eficacia es dudosa, en primer lugar, lo es porque supone una merma importantísima de ingresos vía impuestos al Estado, que no parece que sea precisamente lo que el país necesita y finalmente lo es porque muy probablemente incida negativamente en la seguridad vial al principio, y cabe señalar que la medida se anuncia temporal por lo que no parece que nos vaya a dar tiempo a acostumbrarnos. Lo cual es otro punto criticable: si la medida es efectiva no hay razón para que sea temporal.
En definitiva, la reducción del límite de velocidad propuesta considero que es una medida incorrecta tomada además por motivos equivocados, doble error que no se convierte en acierto como las dobles negaciones en afirmaciones, pero la falsaria, superficial y populista argumentación que se le opone junto con la falta de propuestas alternativas lo que nos supone a los ciudadanos es la suma de dos nuevos errores a nuestras maltrechas costillas que es donde indefectiblemente acaban golpeando las negligentes políticas de gobierno y oposición. Resulta desolador comprobar una vez más como ni aun en situaciones de crisis tan intensas y preocupantes como las que vivimos no se contempla ni el más mínimo destello de responsabilidad en un panorama político que resulta más preocupante, si cabe, que la propia situación económica.