domingo, 12 de octubre de 2008

La parábola de Nibor Dooh

Han sido precisos muchos siglos para que Robin Hood extienda su actividad desde sus originarios bosques de Sherwood a todo el planeta, pero para ello, paradojas de la globalización y la modernidad, ha sido necesario que se transmutara en su imagen especular, parecida en apariencia pero exactamente contraria en su orientación, y así, Nibor Dooh, que tal sería el nombre que en lógica consecuencia le correspondería, ha conquistado el mundo robando a los pobres para cederles graciosamente el botin a los ricos. Ha sido necesario que cambiara de profesión, necesidades del guión, de bandolero, dedicación romántica en su momento pero poco efectiva para sus fines, a economista, o mejor, a alquimista financiero, y tuvo que abandonar el arco y las flechas para obtener otras más apropiadas a su profesión, y así, armado de teléfonos móviles, conexiones a internet y muchas dosis de ingeniería financiera, y con una legión de brokers, banqueros, especuladores y políticos a su servicio que sustituyeron a sus primigenios forajidos, por fin ha logrado el mayor éxito global que se recuerda, un robo a escala planetaria que jamás hubiera podido imaginar asiendo su arco y sus flechas en la tan lejana paz de sus bosques ingleses. Ha sido necesario renunciar a su corporeidad misma, es decir, ya no es una persona sino más bien una forma de vida, un sistema económico, y también ha debido subvertir sus principios, primero al cambiar la lucha por la libertad por la de la libertad del mercado, y después la del libre mercado por el intervencionismo "de rescate" que se ha mostrado como el arma definitiva en su cruzada contra el inmoral desperdicio de dinero en ahorros de personas anónimas cuyo empeño en emplear su dinero en comprarse casas, montar modestos negocios y dar de comer a sus familias les ha convertido en seres incapaces de pensar a lo grande, de darse cuenta que el dinero no existe hoy día para eso sino para las grandes operaciones especulativas, para esa incomprensible alquimia financiera que encierra tanta belleza en sí misma para aquellos capaces de comprenderla que, a sus ojos, justifica el sacrificio de millones de personas necesario para lograrlo.
Nibor Dooh ha logrado lo que jamás Robin Hood se atreviera a soñar, y aunque para ello ha sido necesario traicionar todo aquello en lo que originariamente creía justo y noble, ha merecido la pena porque, ¿acaso no es ese el signo de los tiempos, el de los fines que justifican los medios hasta el punto que ya ni unos ni otros tienen más importancia que el dinero que se genere por el camino?

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