jueves, 29 de abril de 2010

Lo que cubre un velo y lo que deja al descubierto

Hay varias consideraciones interesantes que hacer sobre la cíclica polémica sobre el velo islámico en las escuelas que estos días cobra de nuevo actualidad. La laicidad del Estado es para mi una idea irrenunciable y un pilar fundamental de lo que debe ser un estado democrático, el problema es cómo articular esa laicidad respetando los derechos de los ciudadanos porque laicidad debe significar respeto a las creencias de todos los ciudadanos por igual por encima de cualquier otra consideración, o, dicho de otra forma, son las instituciones públicas las que deben ser laicas, no los ciudadanos que, en el ejercicio de sus derechos, hacen uso de ellas. Sorprende que en un país tan poco laico como el nuestro haya quien invoque este concepto y lo haga precisamente para restringir los derechos de una minoría, religiosa en este caso, porque antes de erigirse en adalides de la laicidad deben nuestras instituciones públicas recorrer aun un camino muy largo, de modo que restringir el acceso a la educación de una ciudadana de nuestro país (y digo en nuestro país, no en Francia o en Turquía donde la laicidad sí está instaurada y sí se practica por igual independientemente de la confesión o creencias de sus ciudadanos) porque voluntaria y libremente decida llevar una hiyab (que deja la cara al descubierto por lo que tampoco se deben invocar principios de seguridad ni de identificación) no es laicidad, sino discriminación.
Sin embargo, no es esa la reflexión fundamental que me suscita este tema, los modelos francés o turco de laicidad estatal me parecen perfectamente legítimos aunque no ideales (y desde luego aplicables sólo si es en todo el territorio), para mi lo verdaderamente grave e inconcebible de esta situación es que una cuestión como ésta pueda no estar regulada por una ley y pueda ser dejada al libre arbitrio de los Consejos Escolares de cada centro. Tanto que nos quejamos de las desigualdades entre ciudadanos de diferentes Comunidades Autónomas y aceptamos que puedan existir desigualdades no menos llamativas entre alumnos de centros escolares que distan unas calles entre sí. Hágase lo que se considere justo, permítase o prohíbase, pero a todo el mundo y en todas partes.
Finalmente, respetando las opiniones de todo el mundo en este tema lo que sonroja no es sólo que un consejo escolar pueda optar por una opción y otro por otra diferente, lo que debería ser censurado y, en su caso, perseguido por la ley, es que un centro pueda cambiar su reglamento no en función de una situación general sino para evitar una situación particular, que se pueda cambiar el reglamento de un centro ad hominem, específicamente para evitar que una alumna concreta con nombre y apellidos (y velo) se matricule en el mismo. Y a mitad de curso. Las opiniones son todas respetables, la hipocresía y la mezquindad no.

miércoles, 28 de abril de 2010

Escenas de una realidad inaudita

Para que en la vida política reine el orden, para que los hombres no se abandonen a sus pasiones y la arbitrariedad, para que no se peleen y arreglen sus asuntos de acuerdo con la ley, para eso se instituyó el gobierno. Este gobierno en los estados constitucionales se compone de representantes, de diputados. Y he aquí que esos mismos diputados, elegidos para preservar a la gente de la arbitrariedad, resuelven sus propios desacuerdos peleando entre ellos. Liev Nicolaevich Tolstoi, Diarios, Entrada de 28 de junio de 1895.

Generalmente, cuando se retoma una actividad tras un periodo más o menos largo de descanso, la inactividad permite que se haga con otros ojos, con una mirada más relajada y positiva. Dado que este blog dirige fundamentalmente su mirada a la actualidad política, no hay descanso, lente o milagro que hoy por hoy permita que la mirada recupere la ilusión y sea otra cosa que reflejo del desencanto que los actuales dirigentes de la vida política generan en gran parte de la ciudadanía. Las palabras del gran Tolstoi con las que he querido abrir esta nueva etapa reflejan en cierta manera el mal de la nuestra democracia, de algún modo es un mal sistémico porque no hay mecanismos reales de participación ciudadana, no hay verdadera libertad entendida como no dominación, no hay verdadera igualdad y la fraternidad ni está ni se la espera, pero con todo y con eso el sistema sería mucho más tolerable si no estuviera en manos de las medianías que lo dirigen, sea desde el gobierno sea desde la oposición, y si estos mismos indignos dirigentes no se enorgullecieran de la mediocridad que exhiben tan impúdicamente ante los ciudadanos, quienes esperamos de ellos otro tipo de espectáculos.
En estos días sorprenden los argumentos que cada cual decide utilizar en beneficio propio o como maniobra de distracción, que viene a ser lo mismo. Sorprende ver a los orgullosos representantes del partido que siempre se ha presentado como el de la ley y el orden atacando a fiscales y a la policía, es decir, al sistema, para esquivar la acción de la justicia. Sorprende igualmente ver a demócratas de toda la vida defendiendo que la admisión a trámite o no de un caso no debe depender de la verosimilitud de indicios y pruebas, sino de la identidad de los denunciantes. En este último caso, el del juez Garzón, pese a que yo mismo soy presa de esa mirada sentimental que lleva a desear que no sea juzgado por este caso (pero porque no exista delito, no porque lo denuncien Agamenón o su porquero) espero que llegue el momento de analizar con sosiego y detenimiento hasta qué punto la actuación del juez Garzón, en el caso de confirmarse su irregularidad, ha dañado a la noble causa de las víctimas del franquismo y sus familiares en su empeño de localizar y desenterrar a sus muertos. Sospecho que el daño ha sido grande y espero que no haya sido irreparable. Por cierto, sonroja que nuestras autoridades judiciales entiendan su independencia únicamente como una inexistente e inconcebible imposibilidad de los ciudadanos de expresar su opinión libremente sobre los temas que consideren oportunos. El respeto a las decisiones judiciales es consecuencia y no causa de la independencia y de la dignidad personal e institucional que ésta, de existir, conllevaría, y si no es así, si los ciudadanos vemos al poder judicial como una extensión más del enfrentamiento sectario y partidista que desangra nuestro país, bien harían sus señorías en reflexionar sobre el origen del problema y su papel protagonista en el mismo antes que en criticar sus efectos secundarios. Bastante grave es que nos priven de nuestro derecho a una justicia imparcial, eficaz, rápida, efectiva y fuera de toda sospecha (eso que se dio en llamar una "justicia justa") como para que además nos pretendan privar de nuestro legítimo derecho a  la libertad de expresión. Cosa diferente es el foro que se elija y la responsabilidad que en esa elección tengan quienes organizan o acogen esos actos, pero los actos en sí mismos son irreprochables por desafortunadamente que se estén organizando.
No sorprende menos la decisión del parlamento catalán de aprobar una resolución mediante la que se declara al Tribunal Constitucional incompetente para entender del Estatuto. Sorprende porque no tiene la menor base legal ni moral, sorprende porque es completamente absurdo y desleal, pero sorprende especialmente por la irresponsabilidad de quienes promueven el dislate que aparentemente son incapaces de ver más allá de sus narices, de imaginar las consecuencias del camino que pretenden abrir. ¿Si esto es tolerado qué impide que Camps o Aguirre, por poner dos ejemplos inocentes, promuevan una resolución semejante para declarar incompetente al Supremo para juzgar el caso Gürtel? No es que este tipo de resoluciones puedan tener consecuencias reales en lo que a la Justicia se refiere, por irreal y débil que sea la separación de poderes en nuestro país para esto sí que llega, pero es grave porque aboca irremisiblemente a un enfrentamiento institucional que no puede llevar a nada bueno. De todos modos no comprendo porqué montar este espectáculo: si las resoluciones judiciales les incomodan, bien pudieran seguir el ejemplo de Rita Barberá con el Carbanyal y, sencillamente, ignorarlas por completo. Ya que de la injusticia no nos libra, al menos es de agradecer que nos evite el ruído. Dicho sea con la ironía que sea capaz de expresar en estas apresuradas líneas, lógicamente.
En fin, que hace mes y medio aparqué el blog en el número 7, calle melancolía, y, tristemente (porque hasta el depósito municipal parece mejor alternativa), allí sigue. Si acaso ha cambiado algo es que han empezado a instalar parquímetros y pronto hasta el desencanto y la distancia tendrán su precio. En realidad siempre lo han tenido y suele ser especialmente alto.