miércoles, 1 de octubre de 2008

La perversión de las palabras: reunión como fin, no como medio

Es costumbre ancestral de muchos humanos reírse de la manía de los perros de girar sobre si mismos persiguiendo su propio rabo, sin embargo nada dicen (ni se les espera) sobre la tan humana costumbre de hacer lo propio con su ombligo, perseguirlo, no mirar otra cosa, convertirlo en el centro de su existencia, en la metáfora final de ese triunfo del solipsismo tan característico de nuestros días. En la política española, fiel reflejo de esa realidad, se pueden ver nuevamente síntomas de este mal que nos aqueja, esta vez a cuenta de algo que debiera ser tan natural como una reunión entre el Presidente del Gobierno y el Jefe de la Oposición. Los unos por tratar de vender como un mérito lo que debiera ser una obligación y por decir que van a escuchar, pero no a aplicar nada de lo que se proponga, y los otros por lo mismo, por prejuzgar que se trata de una iniciativa estética que no va a servir de nada. Y, rebus sic stantibus, es probable que así sea, y puesto que ninguna de las partes cree en la reunión, más vale que no la hagan, que para perder el tiempo pueden hacer lo mismo que nosotros, los ciudadanos, y aprovechar por ejemplo la amplia oferta que para eso nos proporciona la televisión. Nos saldrá más barato a todos.
No se puede pretender que el gobierno esté obligado a aplicar recetas incompatibles con su política, les han elegido para hacer unas cosa y no sus contrarias, pero tampoco se puede pretender que todo lo que venga de la oposición haya de ser malo por definición. Todo aquel que pueda hacer algo para aliviar la carga que la crisis ha colocado sobre nuestros hombros debe hacerlo, pero para ayudar, ni para proponer aquello que se sabe que no se puede aceptar sólo para poder decir después que no se han aceptado sus puntos de vista. Sería deseable que nuestros líderes políticos han sido elegidos y cobran de nuestros bolsillos para solucionar nuestros problemas, no para tratar de convencernos de quien la tiene más larga.
Finalmente, no es aceptable que un ministerio tome una iniciativa susceptible de ser retirada por una queja del de Igualdad, porque por ridículo que parezca cabe suponer que si se retira es porque la queja estaba fundada (si no la creyeran fundada deberían haberlo mantenido), es decir, si desde el Ministerio de Igualdad se va a ejercer una labor llamémosle de supervisión de la imagen y las políticas del resto de las dependencias gubernativas, sin entrar a valorar si es bueno o no que así sea, (el fallo no estaría en este caso en Igualdad, sino en Economía por hacer un anuncio que no cumple con unos ciertos estándares mínimos) no es descabellado pedir que ésta sea previa, no a posteriori. No sólo para evitar el ridículo, sino fundamentalmente para que nuestro dinero no se gaste en balde. No nos sobra.

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