martes, 30 de septiembre de 2008

El magnífico espectáculo de la libertad de voto

Se ha hablado, se habla y se hablará mucho de la negativa del congreso estadounidense a refrendar el plan de rescate de la administración Bush, cuya (no) aprobación se está convirtiendo en el un epílogo perfectamente descriptivo de su incapacidad manifiesta durante todo el tiempo de su mandato, pero básicamente se mira desde las ópticas de las posibles consecuencias o bien de los motivos que han llevado a los congresistas a emitir un voto negativo. Vendiéndonos como nos venden que el plan de rescate es necesario y eso es una verdad absoluta que no admite debate ni alternativa, no es de extrañar que se trate de justificar la negativa en razones de índole personal, en conveniencias frente a una próxima renovación de sus respectivos escaños de los muchísimos congresistas de ambos partidos que no han apoyado el plan, no se paran a pensar porqué una negativa les coloca en mejor posición para renovar la confianza de los ciudadanos, nadie se preocupa por averiguar si ese voto negativo representa mejor la voluntad popular que uno afirmativo, se quedan en la barrera y en la descalificación de ese incómodo "no" basándose en los intereses personales de quienes lo emiten, sin preguntarse porqué realmente les interesa.
Pero a mi esta situación me sugiere una reflexión muy diferente, esta incapacidad para convencer a los militantes de un partido para que voten en bloque me hace pensar en ciertas cuestiones como la esencia de la democracia y el mandato representativo, me hace sentir, en este aspecto concreto, una considerable envidia hacia un sistema que, con innumerables fallos, respeta la capacidad de los elegidos de representar a sus electores, que no consagra ese antidemocrático principio que rige en nuestro país de la disciplina de partido. Una serie de representantes electos por un partido no acatan las instrucciones de éste y todo el mundo lo asume como algo natural, no se habla de multas ni de traiciones. En todo caso, y es buena la reflexión, se habla sobre la incapacidad de los dirigentes de cada partido para convencer a los suyos. Se podrá decir que en realidad luchan por sus propios intereses, pero yo no puedo evitar que la envidia me corroa ante un sistema, pervertible, sí, pero justo en orígen, que permita que cada representante electo vote en conciencia, que pueda elegir lo justo, lo mejor para los ciudadanos en lugar de lo mejor para los partidos.
Sobre la crisis económica en sí misma, quisiera destacar algunos párrafos ciertamente esclarecedores del discurso de Nancy Pelosi, según resoge el diario El País:

"¿Cuándo fue la última vez que alguien les pidió 700.000 millones de dólares? Es una cifra asombrosa, que nos indica simplemente el coste de las fallidas políticas económicas de la Administración Bush. Políticas construidas sobre la base de la temeridad presupuestaria, sobre una mentalidad del todo vale, con no regulación, no supervisión y no disciplina en el sistema".

"Los demócratas insistieron en que la ley que responda a esta crisis debe proteger al pueblo (norte)americano y a la gente de la calle ante el desastre de Wall Street. El pueblo americano no decidió debilitar peligrosamente nuestras políticas regulatorias y de supervisión. Ellos no sellaron acuerdos financieros arriesgados y poco sensatos. Ellos no pusieron en peligro la seguridad económica de la nación. Y ellos no deben pagar el coste de esta ley de emergencia y estabilización".


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