viernes, 26 de septiembre de 2008

Paulson, Bush, Obama, McCain, Isabel II y el don de la oportunidad

Desde el punto de vista de los principios, la oposición de los republicanos al plan de rescate de Bush, que ya comienza a ser llamado plan de Paulson por si acaso fracasa y es necesario un cabeza de turco, es de una lógica aplastante. Sin embargo, y es una lástima, todo parece indicar que lo hacen como parte de una estrategia electoral. El apoyo de los demócratas, no obstante, se comprende sólo desde el punto de vista de la conveniencia y su lógica es, más que otra cosa, insultante. Unos a causa de sus principios liberales y otros a causa de los suyos supuestamente progresistas, deberían oponerse a este plan destinado únicamente a preservar un statu quo ignominioso, a consolidar la inmunidad del ladrón y la filosofía de la economía de casa de apuestas y la alquimia financiera, pero sin embargo los demócratas, con matices, lo apoyan. Quiero que gane Obama, parece ser el tuerto del país de los ciegos, pero eso sí, cada vez estoy convencido de que es muy tuerto, de que el ojo funcional es miope, estrábico, vago y con cataratas y glaucoma, porque llegado el momento de apostar por las políticas sociales se alinea decididamente con las élites, con quienes defienden que los ciudadanos paguen la factura de la gestión irresponsable de especuladores y demás prestidigitadores económicos. Los presidentes demócratas con aura de progresistas tienen la mala costumbre de salir rana cuando son elegidos, desde Kennedy hasta Clinton, Obama sin embargo, para demostrar que es el candidato del cambio, parece haber decidido comenzar a salir rana antes de ser elegido. Todo un salto cualitativo, sin duda.
Y en este contexto de crisis económica donde quien más quien menos trata de dar una imagen de austeridad, bien sea que cosmética, para preservar o potenciar su popularidad, viene la reina Isabel II y decide dar una muestra más de hasta que punto las monarquías sienten en sus propias carnes los padecimientos de su pueblo y decide que ha llegado el momento de pedir más dinero para el sostenimiento de su tren de vida, para mantenimiento de sus palacios y actividades de sus familiares. Se ve que la pobre ha perdido mucho jugándose en la bolsa el dinero que le dan sus súbditos para que se pueda pagar el austero plato de lentejas que sin duda supone la base fundamental de su dieta. Aunque una cosa debo decir, no debe ser culpa suya, probablemente sea una conducta irreprochable desde un punto de vista monárquico porque esta mezquindad esta sin duda dentro de su más íntima naturaleza, de lo contrario, ¿no sería ella misma la que impulsaría el fin de una tradición tan onerosa para su propio pueblo?

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