viernes, 12 de septiembre de 2008

La limpieza de la economía y otros tiros por la culata

Contaba mi tío Alfonso en sus memorias, que terminó de escribir en 2003, que 74 años atrás, el 29, su maestro le dijo "ya sabes, Alfonso, ten siempre en cuenta que a lo que se de el precio, a eso hay que reducir", y añadía "todavía hoy no he podido saber qué quería decir con aquella máxima". A mi me viene ocurriendo más o menos lo mismo con la frase que tuvo a bien compartir con la ciudadanía nuestro ínclito Ministro de Economía, "si la recesión sirve para limpiar la economía, no tendrá mayor importancia", pero no tanto con la frase en sí misma, que seguro que algún tipo de explicación tiene (si no lo que dijo, sí lo que imagino que quiso decir) sino porqué la dijo, es decir, ¿que puede llevar a un político profesional a decirle a las personas que sufren una situación difícil no creada, pero sí gestionada por él, que el hecho de que a consecuencia de ella puedan perder su trabajo y quien sabe si su casa, al final no tendrá mayor importancia?¿Para quien no tiene importancia?¿Sabe Solbes que detrás de esos números que con previsible frialdad maneja a diario hay personas?¿Sabe lo que es la sensibilidad?¿Y la empatía?
Afortunadamente, una vez perpetrada la declaración pública del Ministro, el Presidente fue interrogado acerca de ella y con su respuesta vino a arrojar luz sobre el tema. "El Gobierno trabaja para generar confianza", fue su respuesta. Pues si esa era la intención del Ministro, mejor habría hecho manteniendo la boca cerrada (algo nada nuevo teniendo en cuenta la comparecencia del Presidente en el Congreso el día anterior, otro antológico tiro por la culata), porque la imagen que transmitió el Ministro no fue tanto la de que no le importan los padecimientos de los ciudadanos más afectados por la crisis, sino que pareció casi hasta alegrarse, dentro de su natural expresividad.
Sin embargo, en esto de la confianza que el Gobierno se empeña en transmitir, hay alguna consideración que hacer. La confianza es un valor importante en una sociedad democrática, pero no si es algo que existe por sí mismo y no como consecuencia de una serie de políticas que hagan que los ciudadanos la sientan, es decir, que la confianza es un objetivo político primordial pero sólo si se logra como efecto secundario: nunca puede ser un instrumento para que los ciudadanos vivamos felices en una realidad paralela en la que todo es color de rosa y no percibamos la situación como verdaderamente es. El sr. Zapatero, sin embargo, parece creer que los españoles debemos sentirnos imbuidos de una beatífica confianza gracias a su carisma y sus solemnes declaraciones, y que esta sirva de catarsis para que las cosas mejoren, no que los resultados generen confianza, sino que la confianza genere resultados. A mi eso me parece si no imposible, si al menos complicadísimo, lo lógico es hacer el camino contrario. Y lo cierto es que las medidas puestas en práctica no parecen generar grandes dosis de confianza, a lo sumo se genera un cierto agradecimiento y no por ellas por sí mismas, sino básicamente por las que no se toman, porque
si bien el comun de los ciudadanos agradece por ejemplo que se mantengan sus prestaciones en caso de ir al paro, lo que realmente desea es mantener su puesto de trabajo.
Y otra frase digna de figurar en la antología del disparate, cada vez más parecida al diario de sesiones, hay que decirlo, es la del líder de la oposición: "no sea usted soberbio, al menos sea humilde y aplique las medidas que le hemos propuesto nosotros, que ya hemos demostrado que sabemos salir de una situación de crisis" (más o menos, no es literal). Para darse cuenta de la contradicción en términos que encierra la frase cabe recurrir a una traducción libre: no sea soberbio, sea humilde y no piense por sí mismo, limítese a hacerme caso a mí que pienso mejor que usted y además soy infalible, como todo el mundo sabe. O bien: sea usted humilde que para soberbio ya estoy yo. Se puede exigir desde luego a un gobierno que no permanezca inactivo, que aplique medidas, que busque soluciones, pero no se le puede exigir que aplique políticas de signo diferente a las suyas, que haga lo contrario para lo que se le ha votado. Si no se aplican las medidas que propone el PP no es porque no se haga nada ni porque las propongan ellos, sino porque a juicio del Gobierno, criterio compartido por muchos ciudadanos, no son correctas y sólo contribuirían a empeorar si no la macroeconomía sí las condiciones en que los ciudadanos podemos afrontar la situación.
Finalmente una consideración sobre la sentencia del constitucional sobre el referendum de Ibarretxe. La decisión en sí misma no es noticia, era algo tan claro y evidente que no puede sorprender a nadie, así que sobre ella no hay gran cosa que decir. Sin embargo la reacción del ejecutivo vasco diciendo que la sentencia demuestra la falta de independencia del poder judicial es una muestra más de la perversa concepción de la política de Ibarretxe y los suyos: pedir un imposible y culpar a las instituciones cuando, en cumplimiento estricto de sus funciones, estas impiden que el imposible se haga realidad. En lugar de asumir las propias responsabilidades se trata de desprestigiar a quienes sí han sabido estar en su papel. Aunque por otro lado este triste comportamiento tampoco es noticia, no había duda sobre cual iba a ser su reacción.

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