miércoles, 5 de noviembre de 2008

Obama

Para ser un día histórico, la verdad es que a las seis y media de la mañana parecía exactamente igual a los demás. El despertador, ignoro si por la fuerza de la costumbre o por ser presa de un repentino y avieso antiamericanismo, ha decidido sonar exactamente igual que todos los días, en lugar de despertarme con un "yes, we can" o alguna animosa y catártica consigna similar. La radio del coche ha sido el primer electrodoméstico consciente de la trascendencia de esta jornada, me ha hecho saber de la holgada victoria de Obama, por la que me congratulo, aunque inmediatamente comience a prepararme para los efectos de la decepción previsible, y sobre todo del tono condescendiente, por no decir hipócrita, con que desde europa felicitamos a EE.UU. por elegir a un presidente perteneciente a una minoría racial, como si nos sobrase autoridad moral para ello, como si aqui, tanto en España como en Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, etc, fuese probable que se eligiera a un descendiente de gitanos, marroquíes, argelinos, turcos, indios o pakistaníes. Hay que felicitarse, sí, pero no en tono condescendiente, sino admirativo, no somos nosotros, en esta ocasion, quienes mostramos el camino, sino quienes, sabiendo que es el correcto, no nos decidimos a transitar por él con todas las consecuencias.
Pase lo que pase a partir de ahora, al menos una buena noticia tenemos de la que alegrarnos, además de la evidente de la victoria del candidato preferido para la mayoría de los europeos, que es el fin del proceso electoral y de su desmedida cobertura mediática. Veremos cómo deciden los medios llenar ese hueco, ojalá sea por una vez con análisis serios de la actualidad y no con el sectarismo acostumbrado.
Tenemos también que aprender a vivir sin el culpable de todos los males del Universo, ese Bush que a veces más que presidir los Estados Unidos parecía hacer lo propio con la Electra de Bond, y eso será muy bueno si los próceres de nuestra patria aprovechan la oportunidad de la excusa perdida para argumentar seriamente en sus discursos, no para buscar otra nueva.

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