martes, 31 de marzo de 2009

Preguntas

El problema de las frases célebres es que a menudo se asumen como dogma sin pararse realmente a pensar en sus implicaciones y al final, una vez interiorizadas, pueden llegar a ser contraproducentes porque no todo lo que resulta brillante como recurso oratorio lo es igualmente como regla de juego. Estoy pensando en el apotegma de Kennedy mediante el que instó a los ciudadanos estadounidenses a no preguntarse lo que su país podía hacer por ellos, sino qué podían hacer ellos por su país. Por efectivo que fuera hay una cierta trampa en la idea, porque si bien es cierto que los ciudadanos deben implicarse en la medida de sus posibilidades en el destino de su sociedad, esta implicación no se circunscribe necesariamente al activismo político, desde el panadero que madruga para hacer bien el pan, hasta el profesor que se implica en la formación de sus alumnos, al pequeño empresario que crea puestos de trabajo o al barrendero que se esmera en limpiar las calles, la inmensa mayoría de los ciudadanos cumplen con la parte del trato que les es exigible, las formas que tiene el ciudadano de trabajar por su país son múltiples y el trabajo bien hecho está sin duda entre las más nobles. La trampa no está ahí, sino en la primera parte de la sentencia, porque es precisamente en preguntarse lo que su país debe (y digo debe, no puede) hacer por los ciudadanos y no hace, donde se encuentra el verdadero motor de progreso de la sociedad. Exigir que el gobierno garantice determinados mínimos inexcusables como la igualdad entre los ciudadanos, la sanidad y educación públicas de excelencia, el derecho a trabajo y vivienda dignas, etc, no sólo no esconde el mínimo asomo de egoísmo por parte de los ciudadanos, sino que constituye la mejor y más efectiva garantía de progreso de una sociedad civilizada. Subyace como digo en esa primera parte de la frase una velada acusación de egoísmo a los ciudadanos por reclamar aquello que en justicia deben recibir, cuando hacerlo es exactamente lo que se pide en la segunda parte de la misma: nada puede hacer mejor un ciudadano por su país que preguntarse qué es lo que éste debe hacer por él, y exigirlo, así que por retóricamente brillante que fuera la frase, pienso que analizada seriamente entre ambas partes de la misma subyace una contradicción en términos que en cierto modo puede haber contribuido a la sensación de distancia entre gobernantes y gobernados que ningún bien hace a ninguna sociedad democrática en la que ambos deben cumplir con su tarea con iguales exigencias de implicación, efectividad y entusiasmo, de hecho, el mero hecho de plantear una división entre los dos es negativo, porque por diferentes que sean nuestros papeles, todos estamos en un mismo barco y pocas cosas garantizan más el desastre que la falta de sintonía entre unos y otros.
En este sentido, programas como el de anoche ("tengo una pregunta para usted") son una gran idea pensada para acercar a ambos y hacer desaparecer esa barrera psicológica que parece haberse instalado en una sociedad que percibe a su clase política como de otro planeta, pero al final, el resultado en la mayor parte de los casos es decepcionante porque sólo sirven para mostrar hasta qué punto no sólo muchos ciudadanos reproducen ellos mismos los comportamientos sectarios que critican, sino que unos y otros a menudo hablan idiomas diferentes. Aplaudo el esfuerzo del señor Rajoy, valoraciones políticas aparte creo que demostró que no es un selenita como por otro lado no lo es ninguno de nuestros políticos, pero no pude evitar la triste sensación de que no sirvió para nada porque muchos de los ciudadanos que asistieron al programa no fueron tanto a escuchar las respuestas como a escucharse a sí mismos preguntando, no a debatir sino a mostrar una postura, favorable o contraria, pero inamovible. Tal vez sea un problema de formato, a lo mejor es preferible seleccionar a cinco ciudadanos y que se establezca un debate efectivo, y no un interrogatorio masivo que lo único que pone a prueba es la capacidad de aguante del interrogado, no lo sé, pero reconozco que el programa me desilusiona cada vez que lo veo porque si algo demuestra es que el sectarismo partidista no es exclusivo de la clase política, sino un mal endémico de nuestro país.

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