miércoles, 11 de marzo de 2009

La gélida primavera de los fareros

Los días de sol con que comienza a anunciarse la próxima primavera hacen que las ventanas del conservatorio de música que hay junto al trabajo de mi mujer se mantengan abiertas a la hora que voy a buscarla, de modo que su llegada es celebrada con una explosión musical tremendamente apropiada. Desconocía esta capacidad del sol primaveral para materializar metáforas, no obstante, esta estación no está siendo igual de generosa con todas las imágenes románticas. Ayer cayó en mis manos una revista que contenía un artículo absurdamente empeñado en arrojar luz sobre algo tan escasamente necesitado de ella como el halo de misterio que siempre rodeó la vida de los fareros, profesión paradigmáticamente romántica probablemente para todo el mundo excepto para los que la desempeñaban. Entre multitud de datos técnicos, el articulista tuvo a bien comunicar que los fareros ya no son tales, sino técnicos mecánicos de señalización marina, y es que no hay como ponerle un pulcro nombre burocrático a algo para despojarlo de todo su encanto. No tenía yo ninguna necesidad de conocer ese dato sobre una profesión que siempre excitó mi fantasía y que imaginaba desempeñada por seres literarios que huían de un oscuro pasado del que se redimían a la vez que ayudaban a los marineros a encontrar su camino a casa, pero leer ese artículo me hizo pensar en algo que hoy he visto refrendado: la fría asepsia de lo conveniente que se está convirtiendo en el signo de nuestros tiempo, esa gélida distancia de lo políticamente correcto que de la mano de los tecnócratas que nos gobiernan se está convirtiendo en el signo de los tiempos y que si bien no dice gran cosa de nosotros como sociedad, al menos sirve para explicar actitudes que desde otra óptica serían francamente inexplicables, como la distancia con que determinados políticos mantienen con las víctimas del 11M en el día de su aniversario. No me cabe duda que sabrán construir explicaciones formalmente inexpugnables, con su pulcra apariencia de lógica y corrección política, sofismas no tanto basados en premisas incorrectas, sino que eluden voluntariamente otras tan fundamentales que sin ellas no son más que palabrería hueca. Ése debe ser el signo de los tiempos, no tanto que muchos de nuestros dirigentes ignoren las pautas de comportamiento mínimamente exigibles a un ser humano decente, sino que son capaces de dejarlas de lado a conveniencia y supeditarlas a otros intereses que, para ellos, deben ser superiores.

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