lunes, 5 de mayo de 2008

El luto oficial, oe oe

Son muchas las reacciones, como es lógico, que ha habido al fallecimiento de Leopoldo Calvo Sotelo. Yo era muy joven en la época en que él fue presidente, de modo que como no tengo recuerdos de primera mano que añadir a la larga lista de los ya publicados, me limitaré a comentar alguno de los que he oido. El más llamativo a mi modo de ver es el de Mariano Rajoy, que destaca del fallecido expresidente su cualidad de hombre de principios y su capacidad para actuar según sus firmes convicciones, y lo hace como si eso fuera algo extraordinario. Comprendo su sorpresa, a alguien cuyo principio fundamental es el ejercicio del poder por sí mismo debe sonarle a chino, pero para muchos ese es precisamente el mínimo exigible a cualquier servidor público. Por otro lado me ha gustado el elogio, ya no recuerdo de quien partió, a su discrección una vez retirado de la política. Eso es innegable y otros bien pudieran aprender de su ejemplo. Los ex altos cargos de nuestros días, entre su legítima búsqueda de la gallina de los huevos de oro (que por cierto encuentran con una pasmosa facilidad) y su adicción a los micrófonos, prestan un flaco favor a la sociedad por la que tanta vocación de servicio decían sentir previamente. Al hilo de este comentario me gustaría simplemente hacer mención de mi estupefacción ante los inmorales planes de futuro inmediato de David Taguas ante los que el Presidente del Gobierno dice sentirse "desagradablemente sorprendido". Espero que sienta algo más que sorpresa y actúe en consecuencia.
Y la reacción más sorprendente (aunque a decir verdad no sorprende en absoluto en un país en el que el futbol está por encima del bien y del mal, por no decir de preocupaciones mundanas como el luto oficial) es la del Real Madrid al no suspender o al menos posponer (o cuanto menos llevar un brazalete negro) unas celebraciones por el título de liga que la casualidad quiso, aunque su ubicación no sea realmente trascendente, que se tradujeran en desenfrenadas manifestaciones de alegría a escasos metros de la capilla ardiente. Esto no es más que una anécdota, aunque una muy poco respetuosa con nuestra democracia, que no tiene más relevancia que poner de manifiesto una vez más el hecho sociológico de la distancia entre las preocupaciones de la clase política con la de gran parte de la sociedad, o mejor, de una gran parte de la sociedad con otra.

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