miércoles, 28 de mayo de 2008

El crucifijo y la Biblia no como símbolos religiosos, sino de la dejación del Gobierno

Las iniciativas de ayer de IU y del BNG relativas a la eliminación de símbolos religiosos de los actos institucionales de toma de posesión de los altos cargos del gobierno y la revisión del concordato con la santa sede respectivamente, fueron rechazados por la cámara con una argumento tan peregrino como falsario. Dijo Ramón Jauregui, en nombre del PSOE, que le parece muy bien la retirada de esos símbolos, que es correcta, pero que no van a hacer una ley para regularla porque no son partidarios de leyes coercitivas, de prohibir las cosas. Es triste que se nos mienta así, pero hay que alegrarse de que esto en concreto sea mentira, y lo es porque esas declaraciones vienen de un gobierno que, entro otras cosas, ha aprobado una de las leyes antitabaco más duras del mundo (lo que está muy bien, por cierto), es decir, que cuando consideran que deben prohibir algo por supuesto que lo hacen. Descartado de ese modo la posesión del viceportavoz por el espiritu de mayo del 68 y su prohibido prohibir aprovechando su 40º aniversario, habría que saber lo que él debería habernos dicho, la verdadera razón de su oposición a una iniciativa lógica, natural y nada traumática, ¿porqué no considera el gobierno prioritario hacer cumplir la letra de la constitución en este tema? Ya escribí la sobre esto hace tiempo cuando durante la campaña el candidato Zapatero fue preguntado por este tema y respondió que era asunto de la casa real, como si los símbolos fueran simplemente decoración y no significasen nada, y que no tenía intención de inmiscuirse en los asuntos del rey, con lo que finalmente el asunto es más grave que la negativa a eliminar los símbolos o la mentira de un portavoz en sede parlamentaria, tan grave como que al final no existe la igualdad de los españoles y la voluntad de gran parte de ellos y, sobre todo, el sistema de leyes y normas de los que todos nos hemos dotado para regular nuestra convivencia, están supeditados a la voluntad inexplicada y al parecer inviolable de un único ciudadano que además, ostenta un cargo vitalicio y hereditario y no ha sido elegido democráticamente por el resto.

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