miércoles, 20 de febrero de 2008

La estupidez vociferante

No importa hasta que punto sea descerebrada una acción, si sale en la tele más temprano que tarde comenzarán a aparecer cabezas huecas dispuestos a imitarla. Todo lo que dije en su día sobre la inaceptable agresión a María San Gil en la Universidad de Santiago, lo hago extensible a las que han padecido Dolors Nadal y Rosa Díez estos días. Sin un atenuante ni comentario de más ni de menos, son inaceptables y punto. Y no condenarlas también.
Independientemente de eso, lamento que estos desgraciados incidentes no sirvan de catarsis entre los demócratas gracias a la cual se unan en un rechazo unitario y categórico, sino que sean aprovechados por muchos de forma más o menos grosera para presentarlos como la lógica consecuencia de la política del otro. Si bien los únicos culpables son quienes organizan y/o participan en estas lamentables manifestaciones que tratan de limitar el derecho a la libre expresión de los demás, los que intentan sacar provecho electoralista (y los hay en todos los partidos) de los mismos, deberían avergonzarse de su baja estatura moral.
Y existe otra actitud vergonzante más respecto a este tema, la de quitarle importancia y presentarlo como algo natural escudándose en el escaso número de alborotadores o en su fracaso a la hora de impedir el acto. Este tipo de actos es intolerable, indigno de un sistema democrático y quienes los alientan, organizan o desarrollan, deben sufrir las consecuencias.
Lo único que debería promover la discrepancia democrática con una persona, es a escuchar lo que tiene que decir y, en su caso, rebatirlo civilizadamente. Lo más surrealista es que, en nombre de la libertad de expresión, tratan de impedir que una persona se exprese libremente y utilizan medios tradicionalmente fascistas para tratar de expulsar al fascismo de la Universidad (¿?), uniendo a la estupidez la falta de coherencia.

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