viernes, 15 de febrero de 2008

La crispación endémica de los políticos mediocres

Es extraño que nosotros, los españoles, nacidos en un pais de gritos iracundos, como decía Javier Krahe, nos sorprendamos ahora de la presencia de crispación en la sociedad y hablemos de ella como si fuera un novedoso descubrimiento. Cierto es que va por barrios, pero si alguien me dice que en España no había crispación en la época del "váyase Sr. Gonzalez" y el "España va bien" o del juicio a los GAL, por no hablar de la transición o de la guerra de Irak, tendré necesariamente que no tomarle en serio. En la política de este país los grupos mayoritarios se mueven constantemente entre el tocamiento de narices y la crispación, valga como ejemplo la escena que se vivió ayer en la Asamblea de Madrid: la portavoz del PSOE le pide una aclaración a la Sra. Presidenta sobre el presupuesto que acaba con las siguientes pregunta y respuesta:
-¿Es verdad que ha disminuido el presupuesto de la Comunidad destinado a financiar proyectos del Ayuntamiento de Madrid?
- A ustedes no les interesa el ayuntamiento de Madrid, lo que les interesa es tensionar. No les interesa Madrid sino crear tensión porque siguen los dictados de la zeta.
Los ciudadanos tenemos perfecto derecho a exigir que los políticos se dediquen a solucionar nuestros problemas, en lugar de a crearnos más de los que tenemos, y que como representantes nuestros que son se comporten con la dignidad que ello conlleva (y no me refiero a la dignidad de las reformas en los pisos oficiales tan de moda estos días, que es otra manera de crispar, sino a la observancia de las más elementales normas de educación, urbanidad y cortesía parlamentarias). Dijo un parlamentario inglés, cuyo nombre no recuerdo, algo sobre su política que es plenamente aplicable a nuestra cámara: el parlamento se ha convertido en un lugar donde personas honradas se dicen a la cara cosas que jamás se atreverían a decrise en la calle. La única diferencia es que aquí también se las dicen en la calle y en los medios.
En definitiva, que estaría muy bien que nuestros representantes, en lugar de dedicarse a acusarse mutuamente de crispar y a tratar de convencernos de que quien lo hace es el otro (somos mayorcitos como para ponernos a discutir sobre si el huevo, si la gallina) simplemente se abstengan de crispar y crisparse, y debatan sobre ideas y propuestas civilizadamente, como lo hacemos, por otro lado, la mayor parte de los ciudadanos en la calle, en el trabajo o en familia.

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