miércoles, 6 de mayo de 2009

Ni en la despedida

Ibarretxe siempre me ha parecido un hombre empeñado en sustituir al sol por un fósforo y tras fracasar (reiteradamente), recriminar a la oscuridad por su falta de colaboración y su ausencia de espíritu nacional (vasco, se entiende). Pero no cabe confundir esta actitud con idealismo, él sabía perfectamente que sustituir al sol por las cerillas es inviable, pero aun así insistió una y otra vez en su empeño hasta lograr que mucha gente se confundiera la realidad con los deseos y acabasen por recriminar a ésta por hacer lo único que podía hacer, lo único que la realidad puede hacer siempre, ser fiel a sí misma.
Ayer, fueron elegantes los demás líderes políticos en su despedida, algo que les honra pese a tratarse, probablemente, del dirigente más pernicioso para sus administrados de la democracia española, yo también le deseo lo mejor en su vida personal a partir de ahora, pero eso no me impide lamentar profundamente que decidiera no corresponder a la elegancia recibida protagonizando un nuevo y esperpentico discurso en el que como idea central destacaría esa que se resume en que al señor López no han sido los vascos, sino el PP, quien le ha llevado hasta el gobierno porque los votos de los vascos sólo le han proporcionado 25 escaños, mientras que los otros 13 son del PP. Se ve que los votantes del PP no son vascos, de hecho todo el mundo sabe que proceden del planeta Kripton, y si ya es discutible la política de la Xunta de Galicia de permitir el voto a los descendientes de los emigrantes, ¡que decir de que en las elecciones al Gobierno Vasco puedan votar extraterrestres!
En cualquier caso se trata de una democrcia parlamentaria, por lo que al señor López le han llevado a ser designado Lehendakari los vascos que han votado al PSOE, al PP y a UPyD tanto como los que han hecho lo propio con el PNV, EA, Aralar y EB o los que han depositado su confianza en fuerzas extraparlamentarias, han votado en blanco, nulo o se han abstenido, porque la pieza angular de la democracia es que, gracias al voto libre y universal, el parlamento es el fiel reflejo de la realidad sociológica de quienes lo han elegido, y lo que legítimamente decida éste no es que refleje los deseos de la sociedad que lo ha elegido, sino que es sólo en representación de ella y gracias a su mandato por lo que lo hace.

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