viernes, 8 de mayo de 2009

La sinceridad de Caamaño

Debe saber muy bien lo que dice el ministro de Justicia cuando defiende el derecho a mentir de los acusados, yo pensaba que no era así sino que, como dice el artículo 24 de la constitución, tienen derecho "a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables y a la presunción de inocencia". Entre no declarar contra uno mismo y hacer una declaración falsa, entiendo que media un abismo, pero seguro que existen razones sólidas en las que el ministro base sus declaraciones que no puedo discutir por la sencilla razón de que las desconozco y por tanto debo asumir que está en lo cierto. Sin embargo, no por más cierto es menos preocupante, y lo es en dos sentidos, primero y principalmente por la absoluta y demencial falta de tacto que ha mostrado al decir esto y decirlo así refiriéndose a los acusados por el crimen de Marta del Castillo, y segundo porque en su argumentación dijo que debía ser así porque si en el futuro él mismo se viera implicado en un pleito con la justicia también reclamaría ese derecho para sí. A mi me gustaría que si en algún momento de su vida un ministro o ex-ministro del gobierno de España se ve imputado en un delito, al menos guardase la compostura lo suficiente como para decirle la verdad al juez o al menos decirle a la sociedad que lo que ha dicho en su defensa es cierto, pero decir de antemano que no le supondría ningún problema defenderse con mentiras me parece que desde un punto de vista ético, democrático, es de todo punto inaceptable.
Debo estar volviéndome muy puntilloso cuando me irrita que un político elogie la mentira, tal vez incluso habría que agradecerle la sinceridad, su asunción pública del principio de todo vale imperante entre los suyos, pero la decencia es lo que tiene. Me despediré con unas palabras de Ricardo Menéndez Salmón en "El corrector", su última novela, tristemente definitorias de la política moderna:

Pervertir la realidad a través del lenguaje, lograr que el lenguaje diga lo que la realidad niega, es una de las mayores conquistas del poder. La política se convierte, así, en el arte de disfrazar la mentira.

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