lunes, 4 de mayo de 2009

Lecciones del virus de nombre cambiante

Hay que agradecerle una cosa al virus de la gripe porcina-nueva gripe-gripe A, y es que gracias a él se están poniendo en práctica los protocolos de alerta biológica con una enfermedad de mortalidad muy baja, es decir, que podremos averiguar si estamos preparados (y de no ser así en qué hemos fallado) para una pandemia potencialmente más peligrosa exponiendo bien poco. Pero no todas las lecturas de esta sobredimensionada enfermedad son tan positivas, a saber, hay una consideración fundamental respecto del potencial expansivo del virus en un mundo globalizado, porque el virus viaja por el aire, sí, pero principalmente en avión: hemos construido un mundo en el que las distancias prácticamente han desaparecido para los problemas y los capitales, un mundo perfecto para que se expandan las crisis económicas y los virus patógenos, pero no hemos globalizado en la misma medida las soluciones, que en esta aldea global son para quien se las pueda pagar. Las condiciones sociosanitarias no se han globalizado en absoluto, o mejor dicho, no se han universalizado porque, teniendo dinero, en cualquier país del mundo se puede acceder a una buena asistencia, aunque para ello haya que desplazarse a otro: hay quien tarda menos en ser visto en una consulta a 10.000 kilómetros de distancia que otro en la pública de su localidad, si existe. México probablemente tenga un buen sistema de salud dentro de estos parámetros, para quien se lo pueda pagar, pero los más desfavorecidos no tienen acceso a una sanidad de garantías, o al menos no lo han tenido hasta que ha sido tarde, y cabe volver en este punto a la reflexión sobre la globalización: ¿hasta qué punto un mundo globalizado puede permitirse el lujo de la existencia de bolsas de desigualdad tan alarmantes en temas como la sanidad?, ¿no estamos con ello facilitándole la tarea a los virus, creando reservorios allí donde sería necesario crear barreras de contención a la expansión de la enfermedad? La lección que el H1N1 nos enseña es que la principal lucha del mundo globalizado debe ser contra la desigualdad, si compartimos los peligros debemos compartir igualmente las armas para combatirlos y en este caso esas armas son las condiciones sociosanitarias dignas a las que todos deberíamos poder acceder, sea en Washington o en las favelas de Río de Janeiro. Ya que no luchamos por ello por lo que tiene de justo, el virus de la gripe procina nos enseña que deberíamos hacerlo al menos por lo que tiene de conveniente, simple y llanamente por egoísmo.

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