martes, 12 de mayo de 2009

Los espectáculos tristes

Una y otra vez somos burlados, despojados de nuestro honor, compelidos a comulgar esa hostia llena de náusea que ellos llaman democracia, justicia, libertad. Todas esas palabras, en realidad tan profundas que deberían quemar la lengua del que las pronuncia sin respeto, han perdido su significado, al punto de que suenan en nuestros oídos como la canción del verano o como una plegaria aprendida en catequesis cuando niños.

Estas palabras de Ricardo Menéndez Salmón en "El corrector" me han venido a la mente tras presenciar la indigna pelea callejera con que el presidente del gobierno y el líder de la oposición han hurtado a los ciudadanos el debate sobre una situación que nos preocupa, sustituyendo la imperativa búsqueda de soluciones por la imperdonable instrumentalización partidista de nuestros problemas. Duele verse convertido o abocado a convertirse en una más de las múltiples cifras con que tan falsarios oradores tratan de justificar sus evanescentes argumentos, porque en su boca hasta los números pierden su intrínseca naturaleza exacta al convertirse no en la representación de una realidad sino en la excusa con la que se pretende salvar la cara a un determinado comportamiento: siempre habrá una cifra con la que justificarse, siempre habrá una con la que atacar y una con la que ser atacado, y el hecho de que todas ellas demuestren cosas contrarias no impide a ninguno de ellos utilizarlas. Y sin ruborizarse.
Francamente, ya no importa quien gana este falso debate, ya sólo importa quien pierde cada vez que nuestros líderes políticos y las extraordinariamente maleducadas barras bravas que les jalean como en una pelea de gallos deciden pervertir tan miserablemente nuestro mandato representativo, porque los perdedores, al igual que el resto del tiempo, somos todos los demás.



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