lunes, 31 de marzo de 2008

De la alergia a la discrepancia a la intolerancia a la opinión. La clamorosa ausencia de democracia interna en los partidos políticos españoles.

La tradicional alergia a la discrepancia que sufren los grandes partidos políticos españoles (y muchos pequeños, para qué negarlo) se transformó hace tiempo en intolerancia frente a la aportación pública de cualquiera diferente del líder de una idea o argumentación que, independientemente de su bondad, si se aparta aunque sea un milímetro de los manuales oficiales, es decir, si no se limita a repetir hasta la nausea las declaraciones de las cabezas visibles del partido, es interpretada poco menos que como defección y lesa patria. Esto fue llevado al extremo por el PP de Aznar, quien llevó la política de la tautología al paroxismo, pero no es un pecado exclusivamente suyo. La falta de democracia interna en los partidos y la sustitución del debate y la libre aportación de ideas por la disciplina y el culto a la personalidad son un cáncer para la democracia de nuestro país. No es que estemos en un periodo como aquel en que decisiones que afectaban a la ciudadanía sólo eran conocidas con suficiente antelación por el presidente y un cuaderno azul que parecía tener más rango protocolario que la mayor parte de las instituciones del Estado, pero tanto PP como PSOE siguen apuntándose a esa moda, el juego se repite sin que caigan en la cuenta de que es una falta de respeto no sólo a los afiliados y simpatizantes de sus respectivos partidos, sino a la sociedad en su conjunto. La diferencia es que ahora, aunque sea tímidamente, se oyen algún asomo de protesta. Nuestro ordenamiento constitucional no es presidencialista, nuestro sistema electoral no lo es tampoco, por tanto sería bueno que nuestros representantes se comportasen conforme a aquello para lo que han sido elegidos, trabajar conjuntamente en nuestre representación para solucionar nuestros problemas en lugar de a aumentar su propio nivel de endorfinas apareciendo en los medios como los guardianes de los secretos que sólo ellos, por su privilegiada situación, pueden decidir y conocer. Las decisiones que afectan a los ciudadanos no pueden depender únicamente de la voluntad de una persona, hoy por hoy se vota a un partido y no a un candidato, no tenemos listas abiertas ni elección a doble vuelta del presidente, mucho menos del jefe de la oposición (cargo para el que por mucho respaldo popular que requiera no se elige a nadie, sino que muy al contrario no se le elige para aquello para lo que se vota), y sería bueno que cualquier decisión trascendente para la ciudadanía (aunque sea una de partido, que lo es para afiliados y simpatizantes) naciera de la reflexión y del debate, y que la cabeza visible de cada partido tomase en última instancia las decisiones, pero no por su única voluntad, sino como una profunda reflexión compartida con aquellos a quienes hemos votado para que hagan algo más que apretar el botón que les indican los responsables de su partido cada vez que hay una votación en el parlamento, aunque ni tan siquiera eso sean capaces de hacer en ocasiones.
Son intereseantes las declaraciones de Luis Herrero que recoge el Plural, como sin duda habrá muchas más en ése y en otros partidos, pocos se libran, y es que el personalismo ya es malo, pero el culto a la personalidad es indecente, y el que se practica en nuestro país lo es doblemente, porque sólo se hace de cara a los medios y la ciudadanía y es, por tanto y además de todo, hipócrita.
Creo sinceramente que sería bueno que el portavoz de un grupo parlamentario sea elegido por votación de ese mismo grupo cuya voz se supone que va a representar, que no tendría que ser necesariamente la del Gobierno y que por tanto su designación a dedo por su Presidente es una incongruencia que además deja entrever el escaso entusiasmo que por la democracia interna tienen nuestros líderes. Lo mismo se puede decir de la oposición: se habla de renovación y lo que se hace es cambiar un equipo designado a dedo por una persona por otro designado igualmente y por la misma persona, eso sí, parece ser que con otro dedo porque el criterio de quien presume de ser previsible cambia con las circunstancias con sorprendente facilidad.
Pero si estos argumentos no son compartidos por quienes rigen nuestros destinos, si la democracia interna de los partidos y grupos parlamentarios no significa nada para ellos, sí que me atrevería a pedirles que al menos tomen las decisiones que tengan que tomar cuando corresponda, en su momento justo, sin dedicar días o semanas a hacerse los interesantes y declarar cómo de claro lo tienen todo pero que nadie más que ellos, ni los propios designados ni por supuesto sus administrados, puden conocer, porque ellos mandan, son los más de lo más y nadie tiene porqué pedirles cuentas ni de sus decisiones ni de los motivos por los que las toman.

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