viernes, 13 de junio de 2008

Los políticos y las palabras mágicas

Se detecta en la clase política una relación ciertamente antinatural con algunas palabras a las que parecen darle unas propiedades mágicas que probablemente no tengan. Así, el presidente se obceca en no pronunciar la palabra crisis como si ésta fuera un sortilegio que de ser enunciado provocaría un cataclismo, en lugar de tratarse de una descripción simple y llana de una situación. La ministra Aído, por su parte, cree en las bondades de la palabra "miembra", cuya cualidad mágica viene a ser que si todos la usáramos se solucionarían problemas tan graves (y merecedores de análisis más serios, por cierto) como la violencia de género. En su opinión además es machista oponerse a la inclusión en el diccionario de la Real Academia de ese término, y lo dice nada más y nada menos que en respuesta a unas declaraciones de Alfonso Guerra en ese sentido en las que argumentaba algo tan aparentemente razonable como que la misión de la academia es recoger los usos y costumbres del lenguaje y darles carta de naturaleza (con una manga excesivamente ancha, en mi opinión) y que, por tanto, como nadie la usa no es lógica su inclusión. Eso no significa que no se pueda usar, aunque quede feo porque a fin de cuentas no deja de ser incorrecto, pero si realmente la ministra considera que puede servir para algo lo que debe hacer es convencer a la sociedad de que la incorpore a su lenguaje, y no insultar a quienes consideran que se debe hablar correctamente. Pero no se limita a decirlo a ver si cuela, sino que además lo argumenta de la siguiente manera: a las palabras guay y finstro no les costó tanto entrar en el diccionario ergo debe haber una cuestión de género detrás de esta polémica. A esta deslumbrante argumentación, prodigio de clarividencia y lógica deductiva, cabría oponer algún que otro pequeño matiz, a saber:
a) Las palabras guay y finstro (o fistro, vaya usted a saber) son, desde una perspectiva de género, absolutamente irrelevantes (a no ser que haya que decir finstra para ser políticamente correcto). Sin embargo sí que son utilizadas habitualmente por los castellanohablantes.
b) Guay, efectivamente está en el diccionario y no sé si le costó mucho ser incluida o no, habida cuenta de que lo consiguió en 1734, momento álgido de la lucha por la igualdad, como todo el mundo sabe.
c) Finstro, por su parte, sí debe haber sufrido mucho para lograr ser incluida, tanto que lo ha hecho de incógnito y no aparece en el diccionario, algo bastante lógico si se considera que nadie conoce a ciencia cierta el significado de este lema que es utilizado en los más variopintos contextos y con un sentido diferente en cada uno de ellos.
Enfocándolo con seriedad, la ministra reconoció en una entrevista que se trataba de un lapsus y el tema no debería haber pasado de ahí, no pasa nada por equivocarse. Ahora bien, si uno se empecina en su error y pretende convencer a la humanidad toda de que no es tal sino una reivindicación legítima de algo importante, pasa de cometer un desliz sin relevancia alguna a tomarle el pelo a los ciudadanos, algo ciertamente más grave. En fin, critico esta polémica porque creo que no es un tema de política de género sino de falta de humildad de una política, que es algo muy diferente, pero si finalmente fuera cierto que es bueno desde algún punto de vista que se diga miembra o cualquier otra cosa, jamás me opondría. Tal vez fuera bueno que los políticos se dedicaran a su trabajo y dejaran a los demás el suyo, y parece claro que el encargado de limpiar, fijar y dar esplendor a nuestra lengua, para su tranquilidad (de la lengua) y el bien de todos, son los académicos, no ellos.

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