jueves, 26 de junio de 2008

El inmerecidamente dulce adiós de Lamela

Que Manuel Lamela deje de tener responsabilidades de gestión en los asuntos de interés general de los madrileños es una magnífica noticia para estos en particular y para la higiene de la vida política en general, pero que por fin sea cesado no por su inoperancia, su soberbia, su displicencia y su ineptitud sino por su supuesta afinidad con el líder nacional de su partido, deja un regusto amargo francamente irritante. Esta purga, disfrazada de loable ejemplo de austeridad pero purga sectaria al fin y al cabo, dista mucho de ser un ejemplo de buena praxis política, aunque alguno de sus efectos colaterales, especialmente el citado del cese del ya exconsejero Lamela, sean acertados. Cabe preguntarse entonces si debe aplaudirse a quien hace lo correcto por motivos equivocados y la respuesta a mi modo de ver no puede ser otra cosa que negativa. Que una persona que con una gestión tan nefasta a sus espaldas se vaya por la puerta de atrás sin pedir perdón a la ciudadanía ni tan siquiera cubierto con el oprobio del reconocimiento oficial de sus errores roza el insulto, porque si el mal gobierno de los asuntos de los ciudadanos es menos importante en la Comunidad de Madrid que la adscripción más o menos manifiesta a una corriente interna u otra del partido en que militan sus gestores, algo funciona muy mal.
Cuando el sectarismo era algo entre partidos o ideologías diferentes ya era dañino, ahora que se extiende a las afinidades personales dentro del mismo partido ya es surrealista. Además de la falta de respeto a los ciudadanos que ha supuesto este adiós inmerecidamente dulce de quien probablemente haya sido el peor consejero de la historia de la Comunidad de Madrid, ahora podrá presentarse a sí mismo como víctima propiciatoria de una lucha interna de poder, y los damnificados por su gestión, que somos todos los que vivimos en la Comunidad de Madrid, merecíamos otra cosa, una compensación moral, un acto de justicia.

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