martes, 28 de abril de 2009

Paradojas de la irrealidad divergente

Hay dos características claramente definitorias de esa realidad paralela en que parece haberse instalado el ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, a saber, que, lógicamente, no es real, y, en segundo lugar, que está muy lejos de ser paralela, ya que es considerablemente divergente, algo que por lo que parece es inherente al poder. Lo bueno de esta divergencia es que, a medida que se aleja y gana en autonomía, gana también en coherencia interna, en su camino rumbo al sofisma perfecto cada vez aparenta mayores visos de verosimilitud para quien viaje a bordo, o eso parece vistas sus declaraciones públicas. Lo malo es que cuanto más lejanas son las coordenadas de la irrealidad divergente en que se ha embarcado el gobierno, más ajena se presenta a los ciudadanos y por la misma razón menos de ellos desean embarcarse en lo que, cada vez más, parece una aventura fantástica. Tener una mente de natural imaginativa a veces induce a asociar imágenes a las ideas, algo habitualmente innecesario, y en esta ocasión visualizo el abordaje de un navío, en el que viajamos todos, por parte de un pequeño barco pirata (no somalí, de bucaneros de los de antigua película de mediodía de domingo) que, si bien parecía tener dominada la situación, a medida que transcurre el tiempo se va alejando de su objetivo haciendo saltar las sogas gracias a las cuales lo mantenía sujeto, los puentes que le mantenían unido a la realidad. Y los bucaneros, a bordo de su bajel pirata llamado por su locura "El Perdido", continúan lanzando cabos con ganchos para que no se escape el botín, pero el otro barco, mucho más grande y obstinado, incluso más que el capitán pirata si cabe, se niega a dejarse arrastrar, y a medida que aumenta la distancia se hace más difícil acertar con el lanzamiento, tender un nuevo puente que mantenga unidos ambos barcos, y llegará un momento en que no exista soga en el barco lo suficientemente larga como para llegar a su destino. Ya hace tiempo que algunos ganchos caen estruendosamente al agua sin llegar a cumplir su misión, el último tenía forma de "no escuchar los cantos de sirena que piden que se rebaje el gasto, porque la salida de la crisis será social o no será". Porque ese es uno de los efectos de la distancia, que se oye peor y a menudo no se entiende lo que pretende decir esa voz que trae el viento, que es la de la tripulación del barco grande, no de ninguna sirena quien no puede cantar entre otras cosas porque probablemente haya recibido un tremendo golpe con un gancho perdido en la cabeza. No es el gasto social el que se pide que se disminuya, al menos no lo es desde posiciones progresistas, se trata de contener el gasto haciendo gala de eficacia en la gestión, disminuyendo los ministerios y los cargos públicos, los gastos de publicidad y representación, todo aquello que en un momento como este pueda resultar prescindible. Se trata de hacer lo posible porque el imprescindible gasto social no se financie a costa del futuro de nuestros hijos, sino de nuestra austeridad y de una buena gestión. Se trata de adaptarse a las circunstancias, y hacerlo de manera que se proteja a los desprotegidos, por supuesto y fundamentalmente, pero centrándose también en atajar el problema en orígen para evitar que aparezcan los síntomas, no dilapidar el dinero únicamente en tratamientos sintomáticos, que, como su propio nombre indica, alívian, sí, pero no curan.
Esta crítica, por lo demás muy repetida, no significa que considere que no existe voluntad por parte del Gobierno de solucionar las cosas, considero que todos los políticos se meten en la gestión de lo público por vocación de servicio y hacen lo que hacen convencidos de que es lo mejor, pero en este caso, por buenas que sean las intenciones que subyacen en la elección del rumbo, es evidente que no funciona y cada vez va a peor, y hay ocasiones en que es necesario cambiar de estrategia para conseguir un mismo fin. El gobierno parece convencido hasta tal punto de seguir el rumbo correcto que considera que es la realidad quien no se está comportando como debe y que gracias a su ejemplo mostrando el camino, tarde o temprano la obstinada realidad lo seguirá, y eso no es así, nunca lo es, es el gobernante quien debe adaptarse a las condiciones porque las condiciones rara vez harán lo propio si no se ven obligadas a ello.
Lo que me asusta es que no parece que el gobierno siquiera se plantee la posibilidad de que sea necesario cambiar nada, ni siquiera parecen creer que pueda hacerse, y le diría al capitán que no es necesario que deje su puesto, que no le pido que deje el timón que legítimamente maneja, sólo le aconsejaría que se fijase bien en él porque si lo hace se dará cuenta de que es giratorio y que su trabajo no consiste en mantenerlo fijo llueva, nieve o haga calor, sino en orientarlo de la mejor manera posible para llegar al puerto al que desea dirigir la nave. Pero para eso hay que tener claras una serie de cosas, de las cuales la fundamental es una que nuestro presidente no parece tener clara y es no sólo que existen dos barcos, sino que el suyo es el pirata, no al contrario, y el que debe llevar a buen puerto es el otro, ese en el que viajamos casi todos los demás.

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