viernes, 24 de abril de 2009

Libros, rosas, ¡insultos!

Hoy me he levantado especialmente optimista. No entiendo porqué, la verdad. Aunque el contagio del optimismo tiene etiologías diversas, desde luego lo que tengo claro es que el responsable no ha sido quien con más ahínco lo ha intentado, el presidente Zapatero con su optimismo patológico que en sus últimas intervenciones publicas, más que nunca, parece hasta tal punto una impostura que difícilmente puede convencer a nadie de que su sonrisa esconde otra cosa que humo y negros nubarrones. Este optimismo idiopático que sufro me hace más propenso a admitir pulpo como animal de compañía, algo peligroso ahora que un pulpo (o pulpa, la primera rosa que en Sant Jordi se regala a sí misma) tiene un cargo de consejera y otros forman parte de una coalición que cautelarmente y en espera de certezas, mantengo en cuarentena. Incluso me da por pensar tonterías como que bien podrían los medios de comunicación suscribir un pacto, éticamente similar al que suscribieron los políticos sobre el transfugismo, en virtud del cual se comprometiesen a no publicar informaciones obtenidas mediante la comisión de un delito, como lo es la filtración de un sumario secreto. Y no sé si es a causa de este positivo estado de ánimo, pero me gustó mucho algo que dijo ayer la Ministra de Cultura a Juan Marsé, a quien agradeció que nos hubiera permitido con sus libros "dar la vuelta a la humanidad en 80 calles", las de su barrio, que ha convertido en universal. Permítaseme una pequeña digresión: no entiendo la insistencia de determinados opinadores en la supresión el Ministerio de Cultura, cuando es algo que lo que en realidad se debe hacer es instaurarlo, porque nos hace mucha falta, mientras que lo que debe desaparecer es este Ministerio de Intereses de la Industria Cultural, que confunde tan frecuentemente la velocidad con el tocino que yo mismo ya no sé si el tocino se come o sabemos de su existencia por las fotos de los radares que tan diligentemente metastatizan en las carreteras, eso sí, por nuestra seguridad. Fin de la digresión.
Pues con todo y con eso, aun disfrutando del mejor de los estados de ánimo, no consigo comprender cómo es posible que existan energúmenos en número suficiente como para ensuciar una celebración tan entrañable (y tan querida para mí) como la de Sant Jordi en Barcelona regalando insultos y descalificaciones extemporáneas, que van mucho más allá de la lógica y civilizada disensión política, a quien, en representación de muchos ciudadanos, por cierto, decide visitar y por tanto promocionar una ciudad y una tradición tan hermosas. Bien harían en regalar rosas y quedarse con los libros, y leerlos, que parece que falta les hace. Afortunadamente todos quienes con mayor o menor profundidad conocemos Barcelona sabemos que es una ciudad abierta, acogedora y hospitalaria, aunque haya una minoría, como en tantos otros lugares, incapaz de entender que las diferencias ideológicas son algo tan naturalmente asumible como las diferencias físicas o las afinidades literarias o deportivas.
Acaba de publicarse, en otro orden de cosas, la cifra de parados. Ojalá para todas las enfermedades existiese una cura tan eficaz como lo es la publicación de estas cifras para el optimismo, del que, al igual que de esta entrada, me despido impaciente en espera de su incierto retorno.

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