viernes, 13 de noviembre de 2009

¿Parlamentarios?

Ayer por la tarde, el señor Camps hizo unas declaraciones que, interpretadas con generosidad, podrían ser asimilables a una disculpa, cosa que imagino que los directamente afectados no tendrán el mayor problema en aceptar aunque se acompañara de no pocos falaces argumentos porque nadie está exento de poder perder los nervios en un momento dado. Lo que sigo sin poder comprender es porqué desde la bancada popular de Les Corts se aplaudió enfervorecidamente el exabrupto cuando, asumimos tras la disculpa que producto de un momento de exaltación y sin reflexión previa, salió de la boca de su líder. ¿Perdieron todos el juicio momentáneamente?¿La megafonía del hemiciclo es mala y no escucharon bien?¿Necesitan, como en la Generalitat, traductores cuando el orador se expresa en castellano y éstos habían salido a fumar un cigarrito?¿Estaban también exaltados y perdieron los nervios todos a una?¿O es que más bien los ilustres parlamentarios no son sino comparsas que aplauden cuando uno habla y silban cuando lo hace el otro, independientemente de lo que cada uno diga? Y, lo que es más importante, ¿piensan secundar con sus declaraciones la disculpa como secundaron con sus aplausos el insulto?
Lo más triste de este lamentable episodio es precisamente eso, la evidencia del bochornoso papel de estos formalmente parlamentarios que, visto que no tienen criterio propio y se limitan a aplaudir cuando les toca y votar lo que les indican, bien podrían intercambiarse con el público de un programa de telebasura cualquiera, aunque eso sí, ellos estén mucho mejor pagados. Y que nadie piense que este es un reproche al grupo popular valenciano, este, y ya lo he dicho en muchas ocasiones, es el mal que afecta a la mayor parte de nuestros políticos en todos los foros locales, autonómicos, nacionales e internacionales en los que exhiben impúdicamente su gregarismo y su ausencia de independencia intelectual, en los que muestran su concepción de la democracia como servicio a su líder, no a los ciudadanos y en los que el bien común se confunde tan a menudo con el bien particular, sectario para ser exactos, que se diría que ya desconocen la diferencia.

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