miércoles, 7 de enero de 2009

Israel

Una gran parte de la humanidad trata de mantener vivo durante un cierto tiempo el espejismo de la importancia del cambio de año en sus vidas, esa suerte de optimismo transformado en buenos propósitos que son fugaces, nadie lo desconoce, pero que al menos permite durante unos días mantener la ilusión de que el ser humano es consciente de sus errores y en cierto modo quisiera enmendarlos. Pero este año parece haber sido diferente al menos en Israel, no porque no se hayan cumplido unos buenos propósitos que en su caso habrían sido una muestra de hipocresía, sino por la absoluta ausencia de estos materializada en su voluntad de acabar un año y empezar el siguiente aplicando las políticas jingoístas y genocidas que le han llevado a disputar el trono de lo que Chomsky llamaba "estados gamberros" al mismísimo Estados Unidos.
Resulta llamativo el silencio de Obama, o mejor dicho, su aparente indiferencia. Sé lo que está pasando, dice, y ya diré lo que opino a partir del día 20, como si sólo los presidentes en ejercicio tuvieran el deber moral de opinar, de denunciar la injusticia, de comportarse como seres humanos decentes. Me temo que confía en que llegada la fecha de su posesión haya acabado la fase puramente militar de este nuevo conflicto y se pueda ahorrar la condena, y eso sería una cobardía francamente decepcionante, o sustituir la condena al agresor por una genérica lamentación sobre los conflictos armados, como parecen sugerir las declaraciones en las que lamente "las muertes en Gaza e Israel". Todos lamentamos cualquier muerte, incluso si acaece por causas naturales, pero se trata que quienes tienen responsabilidades públicas deben ir más allá de la lástima y buscar a los culpables y denunciarlos ante la sociedad.
Lo peor de la mal llamada guerra contra el terrorismo es hasta qué punto las democracias occidentales han aparcado sus principios fundamentales y fundacionales mediante el todo vale de las guerras preventivas y las torturas toleradas, esa ignominia a la que nos hemos visto arrastrados no por los terroristas, sino por nuestros propios falsos profetas. Si occidente está en guerra con los terroristas y el objetivo de éstos es la destrucción de las democracias occidentales, hay que reconocer que van por buen camino porque una democracia que no respeta la legalidad internacional ni los derechos humanos, mal merece lucir ese nombre. No conviene llamarle guerra porque si lo fuera, no cabe duda que Gaza, como Guantánamo e Irak, son pruebas fehacientes de que la vamos perdiendo.

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