jueves, 11 de diciembre de 2008

Tardá como síntoma

Siempre es lamentable la muerte de un joven de quince años, en estas circunstancias lo sería igualmente aunque no fuera joven, de igual modo que lo sería si las circunstancias hubieran sido otras, y el hecho de que pueda haber sido o no accidental, si bien es relevante, no parece decisivo, porque no cabe duda de que en caliente la duda poco ayuda a mitigar el dolor. Es de recibo pues condenar la muerte de este joven griego y exigir que se esclarezcan a la mayor brevedad las circunstancias que la rodearon, del mismo modo que por una cuestión de empatía elemental es comprensible que en cualquier parte del mundo un ciudadano haga suyo el dolor de los griegos como sociedad. Pero entre sentir empatía y zambullirse en una espiral de violencia gratuita media un abismo, y es algo que se debe reprochar a los griegos que están protagonizando altercados violentos (no parece existir nada más autocatalítico que la violencia), pero lo es con mucha más razón a los grupos de descerebrados que, haciendo gala de una inusitada agresividad y al extemporáneo e injustificado grito de "policía asesina", han protagonizado diversos incidentes en Madrid y Barcelona, especialmente en la primera, donde nada más y nada menos que han atacado una comisaría.
Tan lógico es solidarizarse con el dolor que causa el hecho que ha originado esta protesta como condenar que éste no se haya canalizado de forma pacífica, civilizada, lo que impide la identificación con los protagonistas.
Pero no podemos sorprendernos de estas reacciones violentas en nuestro país. Si es posible que todo un diputado, un representante de la voluntad popular, se desmarque con declaraciones como "muera el Borbón", ¿porqué habría de sorprendernos que haya grupos de incontrolados que ataquen comisarías? No es que exista una relación causa-efecto entre ambas cosas, pero sí me parece indudable que las dos son síntomas del ambiente de inmundicia intelectual que incomprensiblemente se ha hecho un hueco en nuestra vida pública.
Se me antoja que del asunto Tardá ya se ha dicho y escrito cuanto debía ser comentado, de modo que no voy a abundar en el tema más que desde un punto de vista diferente, no quiero hablar del hecho de que no se haya disculpado, ni tan siquiera de que en las primeras declaraciones que perpetró a modo de justificación se escudara en una supuesta verdad histórica a todas luces incorrecta o que en las segundas protagonizara una de las más abstrusas argumentaciones que se recuerden a un personaje público pervirtiendo en esta ocasión no la historia, sino la gramática, invocando un derecho a la metáfora tan surrealista como fuera de lugar, todo ello se comenta por si sólo, quiero expresar mi condena desde un punto de vista explicitamente republicano, porque además de evidenciar su altura moral el señor Tardá ha causado un daño no irreperable, pero sí notable, a la reivindicación civilizada, serena y argumentada de la república que muchos llevamos haciendo desde hace tanto tiempo, ya que su señoría ha teñido la imagen de la lucha republicana de extremismo anacrónico y vociferante, exactamente lo contrario de lo que debe ser y de lo que, en la práctica, es. Republicanos somos muchos, y este señor es tan poco representativo de nuestra concepción política como aquel otro al que, figurada e infortunadamente, tan mal destino le desea y no habría estado de más que desde los escasos altavoces públicos que los republicanos tenemos a nuestra disposición, la condena hubiera sido tan clara como rotunda.

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