Dijérase una de esas vírgenes enfermizas que contemplamos a veces con piedad, tal vez con amor, que en diversas ocasiones nos pasan desapercibidas; pero que, de improviso, encontramos tan bellas, que nos preguntamos llenos de admiración, estupefactos: "¿Que fuerza es la que hace que esos ojos tristes y soñadores brillen con tal fuego?¿Que pasión embellece los rasgos finos de su rostro?" Miramos a su alrededor, buscamos a alguien, adivinamos... Y el instante se desvanece, y tal vez mañana veremos la misma mirada perdida y soñadora, el mismo rostro pálido, los rasgos de una tristeza mortal que llora una efímera pasión. Y nos afligimos porque esa breve belleza haya desaparecido para siempre, y lamentamos el no haber tenido siquiera tiempo para amarla.
Fiodor M. Dostoievski. Las noches blancas.
Releyendo ayer el relato de Dostoievski "Las noches blancas", me encontré con estas líneas que, pese a que hablan de algo bien diferente, me hicieron pensar en el fugaz brote de ilusión ciudadana que ha supuesto el movimiento 15M, de la fuerza y el brillo que subitamente embelleció el fino rostro de una sociedad de habitual tan aletargada y de la rapidez con que ese brillo se está extinguiendo no porque las causas que lo motivaron hayan cambiado en absoluto, sino por la acumulación de errores de una y otra parte, desde el momento, porque la coincidencia con las elecciones igual que les sirvió de altavoz antes de celebrarse ha supuesto una clara apariencia de deslegitimación después, hasta la metodología, la estética, etc. Encuentro en cualquier caso una gran responsabilidad en los organizadores de la acampada en este declive prematuro, y la encuentro porque considero que han cometido fallos tácticos notables, han elegido una metodología inaplicable a un espacio más amplio que el de su propio espejismo porque les hace soñar en igual medida que les ata las manos y, especialmente, han cometido el craso error de arrogarse una representatividad que en modo alguno tienen y que a la larga ha redundado en su perjuicio. Esto no es una esquela, no creo que el sentimiento que motivó las acampadas haya sufrido daño ni que los objetivos iniciales de democracia radical deban aparcarse en espera de mejores días, son cuestiones irrenunciables y no deben desaparecer del debate, pero deben articularse de otra manera. El movimiento debe organizarse, debe meditar sobre sus objetivos y, especialmente, sobre sus métodos y volver a dar la batalla cuando puedan hacerlo no como una anécdota simpática, sino como un actor legítimo del debate y la política de nuestro país (lo que no implica necesariamente su conversión en partido). A día de hoy me recuerdan a la abuela de uno de los personajes del relato de Dostoievski con el que empieza esta entrada, Nástenka, a quien dada su escasa vista, para poder vigilar a la nieta a la que adora la cose a su falda con un alfiler para así tenerla controlada y evitarle el peligro, consiguiendo únicamente convertirla en una infeliz. Los indignados de Sol me temo que están haciendo algo similar con la indignación ciudadana y la democracia radical, se están apropiando de cara a la opinión pública de un sentimiento y unas reivindicaciones que en modo alguno les pertenecen en exclusiva y a las que, al capitalizarlas de este modo, les están provocando un notable daño por recluirlas en el imaginario colectivo en el reducto de lo anecdótico, lo que se ve con simpatía y con cierto paternalismo condescendiente, pero que a fin de cuentas no se toma en serio y que además, justa o injustamente, convive con noticias más o menos ciertas de chinches, reyertas y abusos sexuales.
Harían bien por tanto, y es una opinión personal que no tiene más intención que la de ser expresada sin ánimo alguno de darle lecciones a nadie ni de faltarle el respeto, en disolver las acampadas y en organizar su lucha de otra manera, una que no tomara de rehén a espacios públicos ni ciudadanos y que se moviera en el campo de las ideas y de la acción política, que creara un estado de opinión en la sociedad previo a erigirse en protavoces de ésta y que se desenvolviera dentro de las reglas de conducta democráticas aceptadas por la sociedad, harían bien en tratar de mejorar el mundo y no en crear uno pequeñito, a su medida. El exceso desautoriza, el nuestro es un sistema democrático perfectible, con fallas notables y que precisa de una urgente puesta al día, pero no es una dictadura y calificarlo de tal es censurable en tanto que no sólo falta a la verdad sino que perjudica la imagen de quien lo dice. Depende ahora de los organizadores que esto sea bello pero efímero o que trascienda y se haga permanente aunque no inmediato, depende de ellos que nos afligamos ante la desaparición de su breve belleza sin que hayamos tenido tiempo para amarla o que trabajemos todos juntos para, puesto que la amamos, conseguir llevarla al puerto que da sentido a su existencia. El relato acaba con una frase del desolado protagonista cuando comprueba que ha perdido el amor, la belleza que un día contempló y que no pudo retener, no menos indicada: "¡Un instante de felicidad no basta a una vida humana!". Sol estuvo bien, pero no es suficiente, esperemos que quienes pueden hacerlo no lo sacrifiquen en el altar de la inmediatez de un triunfo improbable, porque lo importante no es Sol, sino lo que desde un principio defendía, y eso hoy ni requiere ni se ve beneficiado por la persistencia de las acampadas. Hoy se hace necesario para conseguir los objetivos que los acampados no repitan el antiguo error de la abuela de Nástenka, que descosan de su falda a las reivindicaciones legítimas que tan orgullosamente enarbolan, que desprendan el alfiler que las mantiene retenidas en un lugar que coartan su crecimiento y que se preocupen más de su éxito que de protagonizarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario