lunes, 9 de mayo de 2011

Otro falso debate

Lo más llamativo del debate de anoche entre los candidatos de PP, PSOE e IU a la Comunidad de Madrid no fue el formato (), y eso que este, especialmente diseñado para proteger a la Presidenta Aguirre, que para eso jugaba en casa, era, lamémosle así, original. Lo más llamativo fue la renuncia de los candidatos a debatir, algo que no sé porque considero llamativo porque viene siendo costumbre en los últimos años, y su predisposición a la superposición de monólogos en los que se limitaban a exponer las líneas maestras de sus programas salpicada con alguna que otra alusión, generalmente gruesa, al contrincante. 
El candidato de IU, Gregorio Gordo, fue sin duda el que más propuestas aportó, pero lo hizo con tal condensación y con tan escaso dominio del arte de hablar en público que dio la sensación de que se limitaba a leer, y digo leer,  lo que llevaba escrito. Estuvo mejor en su confrontación con Tomás Gómez que en la previa con Esperanza Aguirre, y hay que reconocer que al primero le dijo cosas francamente interesantes y trató de marcar las distancias con él, pero en general no estuvo muy brillante. Tomás Gómez, por el contrario, estuvo mucho mejor frente a la señora Aguirre que frente al señor Gordo, porque frente a éste se limito a aplicar la tradicional táctica socialista de resaltar la coincidencia para arañar votantes mediante lo que se ha dado en conocer como el abrazo del oso, solo que tan zalamero estuvo en esta ocasión en hablar de lo que les une y tan renuente a la hora de contestar a lo que le planteaba el candidato de IU, a quien en realidad no dio respuesta a una sola cuestión, que más bien se trató en este caso del abrazo del oso Yogui. Sin embargo se creció frente a la presidenta y, dentro de ese irritante tono vacuo que tanto gusta entre los líderes socialistas a imagen y semejanza del que usa el Presidente del Gobierno, hay que reconocer que no estuvo mal. Le planteó varias cuestiones que la presidenta esquivo más ignorándolas que por habilidad dialéctica y que merecían sin duda contestación. Unas por su trascendencia política (le acuso de devolver 200 millones de euros al Ministerio de Trabajo sin haber sido capaz de aplicarlos a aquello para que se le concedieron, el fomento del empleo) y otras por la personal (no comprendo que no se defendiera, aunque fuera por vergüenza torera, cuando el candidato Gómez la acusó de insultar a las instituciones y de instrumentalizar el dolor de las víctimas).
La presidenta por su parte fue víctima, lo que es meritorio, del sistema diseñado para protegerla, ya que en su segunda intervención me atrevería a asegurar que más de la mitad del tiempo repitió palabra por palabra lo que había dicho ya en la primera, lo que trasladó una cierta imagen de incosistencia. De inconsistencia intelectual, me refiero, porque sin duda para sus afines, seguidores de la escuela tautológica que llevara Aznar hasta la nausea, sin duda es señal de consistencia política: decir pocas cosas pero muy claras y muchas veces. A mi, debo ser un anticuado, no me parece de recibo ir a un debate con seis u ocho monólogos aprendidos de memoria y dos o tres esquemas a todo color y actuar con completa independencia de lo que se diga en el transcurso del debate, no contestar a lo que se plantea y escudarse en cifras que los demás rebaten. De cara al ciudadano resulta desconsolador comprobar como una vez más en un debate no se usan argumentos contrapuestos para defender las ideas de cada uno, sino datos cuya existencia a la vez es imposible por contradictoria, esto es, o ha aumentado en número de camas, médicos y enfermeras, o ha disminuído, y eso es un dato que debiera ser contrastable y respecto al cual no cabe mentira alguna. Porque si uno dice que hay 3000 médicos más y otro que hay 100 menos, no se trata de matices ni de interpretaciones sutilmente diferentes, se trata de que necesariamente alguien miente y los ciudadanos no tenemos posibilidad de saber quien ni, por consiguiente, cual es la verdad. Y merecemos saberla, aunque sólo sea por el mínimo de respeto exigible.

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