jueves, 19 de mayo de 2011

Movimiento 15M

Igual que mayo del 68 me pilló demasiado joven, tanto que no habia nacido, el movimiento 15M me debe pillar demasiado viejo, o demasiado aburguesado que a estos efectos viene siendo lo mismo, pero lo cierto es que, gozando como gozan sus reivindicaciones de mis simpatías, hay algunos aspectos que no logro ver claros y sobre los que merece la pena detenerse. 
En primer lugar me irrita que presenten las ideas recogidas en su manifiesto, que, por cierto, podría estar mejor escrito, como algo original, que se lancen a la calle como si hubiesen inventado algo cuando somos muchos los que hace muchos años venimos luchando en este país por reformas en la línea de la democracia radical en la que parece inscribirse este movimiento. Que los partidos mayoritarios no recojan en sus programas y su acción de gobierno estas reivindicaciones no significa que no existan y si se hubieran tomado la molestia de leerse los programas de los partidos minoritarios, incluso extraparlamentarios, e implicarse en ellos, tal vez no habríamos llegado al punto de que esta manifestación sea necesaria. No se puede clamar contra el bipartidismo e ignorar a la vez al resto de partidos, no se puede identificar a PSOE y PP con el sistema, no se puede limitarse a denunciar el problema, algo muy español, epecialmente si es a gritos y en la cafetería, y no tratar de formar parte de la solución. Tengo entendido que desde este movimiento se pide que no se vote a PP ni PSOE, no que no se vote a secas, y eso está bien, pero no se trata sólo de votar, se trata de implicarse y trabajar. 
En segundo lugar, estos problemas no son nuevos, no han surgido en los días previos a las elecciones ni tan siquiera han venido con la crisis. El déficit democrático de nuestro sistema es un vicio de orígen pero las reivindicaciones en ese sentido siempre las hemos sostenido desde partidos o asociaciones cívicas minoritarias sin que se viera por allí a esta marea humana dispuesta a luchar por cambiar las cosas. Bienvenidos sean, pero que este movimiento surja precísamente ahora hace sospechar que los indignados no quieren realmente cambiar la sociedad ni el sistema, sino que más bien quieren, legítima y comprensiblemente, cambiar su situación personal o el resultado de las elecciones. Eso, que me perdonen los acampados, puede ser digno de aplauso, pero es ridículo calificarlo de revolucionario.
En tercer lugar parece ser que dentro del amplio y heterodoxo grupo que se manifiesta en diversas ciudades, especialmente en la Puerta del Sol de Madrid, hay grupúsculos minoritarios que enturbian el tono pacífico general y utilizan la violencia, en particular contra los medios de comunicación. Bien haría la mayoría en denunciar públicamente estos comportamientos y en respetar escrupulosamente la libertad de información, porque la democracia es una meta que sólo se alcanza por un camino, sin atajos, y es la libertad.
Y por último no es cierto que haya una entidad demoniaca llamada "clase política" que sea culpable de todos nuestros males, el déficit democrático del sistema es, como su propio nombre indica, del sistema y podría ser solucionado perfectamente desde dentro si los ciudadanos votásemos mayoritariamente a las opciones políticas que defienden los cambios necesarios. Pero no es así, nuestra sociedad civil tiene exactamente los representantes que merece porque tiene a los representantes que ella elige. Y son malos, sí, son mediocres, pero lo son porque se lo permitimos. Independientemente del ruído que logren hacer los indignados, que es muy bueno porque consiguen que se hable de cosas de las que hay que hablar, en las próximas elecciones ganarán los de siempre, con el mínimo cambio en el producto que implica el cambio en el orden de los factores, y no será así porque no pueda ser de otra manera, sino por nuestra libre y soberana decisión. Por más que parezca lo contrario no hay entre los políticos más corrupción ni menos compromiso que entre cualquier otro sector, si acaso hay menos de lo primero y más de lo segundo que en el común de los ciudadanos en una sociedad en la que la virtud cívica es un concepto ignoto.  Es cómodo tener un culpable, un enemigo, pero para cambiar algo hay que empezar por no eludir la responsabilidad propia y no cargar en los demas la culpa por lo que nosotros mismos no hemos hecho.
Este movimiento será el embrión de algo importante si su compromiso es firme y permanente, si no se trata sólo de cambiar el resultado de unas elecciones sino de cambiar una sociedad. Este movimiento será digno de aplauso si su voluntad no acaba en el grito, la denuncia y el desahogo sino que se compromete con los cambios que reclama y trabaja por ellos. De lo contrario no será más que otro brindis al sol, ilusionante y multitudinario tal vez, pero brindis al sol al fin y al cabo. Y muchos brindaremos con ellos, pero sería trágico que nos quedáramos en eso. Ojalá al final de este proceso en lugar de un brindis al sol podamos regalarnos un brindis en Sol por todo lo conseguido.

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