lunes, 7 de marzo de 2011

Los 110

Vivimos tiempos de confusión. El presidente del gobierno, sin que exista explicación aparente, de repente ha decidido que para pasar por estadista debe tomar medidas impopulares, cuantas más y más difícilmente explicables, mejor. La oposición por su parte, ante la avalancha de medidas criticables que toma el gobierno, en lugar de frotarse las manos y criticarlas por lo que tienen de discutibles y presumiblemente ineficaces, decide hacerlo sin embargo precisamente por lo que no son, como injerencia en la vida privada de los ciudadanos. La reducción del gasto energético es necesaria, coincido con lo que dijo Jordi Sevilla al respecto: no es que las medidas que ha tomado el Gobierno estén mal, sino que debieran ser un simple acompañamiento a un plan más amplio, ambicioso y sobre todo bien diseñado. Y coincido también con él en que si malo es que estas medidas sean lo único que se propone para ahorrar energía, mucho peor es no tener ni siquiera esto que proponer y seguir considerando como única política energética la barra libre. El error del enfoque del gobierno está precísamente ahí, si se decide limitar a 110 la velocidad en las autovías  por cuestiones ambientales o de seguridad vial, es perfectamente legítimo, tanto como lo es poner el límite a 120, a 140 o a 50, siempre que se justifique. Alguien debería preguntarle a quien califica de ataque a la libertad o de injerencia en la esfera privada de los ciudadanos el nuevo límite de velocidad porqué ése coarta la libertad y 120 no, porque si uno considera que la velocidad a la que se puede circular por las carreteras forma parte de la inviolable esfera personal de los ciudadanos, además de hacerselo mirar porque es una majadería considerable, debe ser consecuente y oponerse a cualquier límite (y de paso a cualquier norma de circulación), y no sólo al que coyunturalmente se propone. Por más que intenten presentar a los sufridos ciudadanos como esos heroicos trescientos  espartanos que resistieron los crueles embates del pérfido persa en la batalla de las Termópilas, aunque por mor de la crisis los trescientos se queden en cientodiez y los persas en maléficos socialistas liberticidas, lo que ocurre no deja de ser, sencillamente, la consecuencia de la incapacidad del gobierno, erratico y desarbolado por la situación, para hacer aquello para lo que los ciudadanos les pagamos, algo a lo que lamentablemente ya deberíamos estar acostumbrados. Sacar de la ineficacia de las personas consecuencias sobre las ideologías que dicen defender (y que no defienden en absoluto) no deja de ser muestra de la más lamentable demagogia.
Y sin embargo es una mala medida, y lo es porque su eficacia es dudosa, en primer lugar, lo es porque supone una merma importantísima de ingresos vía impuestos al Estado, que no parece que sea precisamente lo que el país necesita y finalmente lo es porque muy probablemente incida negativamente en la seguridad vial al principio, y cabe señalar que la medida se anuncia temporal por lo que no parece que nos vaya a dar tiempo a acostumbrarnos. Lo cual es otro punto criticable: si la medida es efectiva no hay razón para que sea temporal.
En definitiva, la reducción del límite de velocidad propuesta considero que es una medida incorrecta tomada además por motivos equivocados, doble error que no se convierte en acierto como las dobles negaciones en afirmaciones, pero la falsaria, superficial y populista argumentación que se le opone junto con la falta de propuestas alternativas lo que nos supone a los ciudadanos es la suma de dos nuevos errores a nuestras maltrechas costillas que es donde indefectiblemente acaban golpeando las negligentes políticas de gobierno y oposición. Resulta desolador comprobar una vez más como ni aun en situaciones de crisis tan intensas y preocupantes como las que vivimos no se contempla ni el más mínimo destello de responsabilidad en un panorama político que resulta más preocupante, si cabe, que la propia situación económica.

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