martes, 8 de marzo de 2011

Cercas y Espada

Estamos tan poco acostumbrados a las polémicas intelectuales en los medios y tanto a las riñas de verduleras que tendemos a considerar las primeras, cuando extrañamente aparecen, como variantes ilustradas de las segundas. Y no es así, o al menos no debería serlo. Disfruté de la polémica que mantuvieron semanas atrás Javier Cercas y Arcadi Espada sobre verdad y periodismo, aunque no fuera exactamente la polémica, sino lo que la rodeó, lo que provocó un verdadero desbordamiento de esos ríos de tinta patrios de propio tan aficionados a la inundación pero tan poco dados a desdordarse por algo de esta naturaleza. No hay mucho que añadir a la argumentación de uno y de otro, salvo el hecho evidente, al menos para mi, de que Arcadi Espada tenía razón, junto con el no menos evidente de que eligió un método más que discutible, por mucho que fuera contundente e inapelable, para demostrarlo. El propio Javier Cercas no se reconoce en la idea a refutar, según le escuché en una entrevista posterior en la que dijo no haber defendido nunca la mentira como recurso en el periodismo, cosa que si él la dice obviamente se debe aceptar aunque no pareciera  así leído su artículo, de modo que la polémica queda zanjada desde el momento en el que ambos contendientes dicen situarse en la misma orilla argumental. Sin embargo Arcadi Espada, sin dejar de reconocer su acierto en el fondo, se ha dejado no pocos pelos en la gatera, involuntariamente ha demostrado, además de su propósito inicial, que en este país tener razón no sólo no es lo único que importa, sino que parece importar bastante poco, y que se atiende más al ruído (y muy especialmente a la imaginada adscripción ideológica de quien lo provoca, aunque sea involuntariamente) que a la explicación. Tiende el señor Espada a cierta aspereza en sus planteamientos, también demuestra habitualmente una gran erudición y no poca brillantez, lo que, ya lo he dicho en alguna ocasión, le convierte en una de esas personas a las que admiro aun cuando en numerosas ocasiones no coincida con él, y por eso me duele que se le identifique por parte de muchas personas no con el brillante intelectual y polemista que es, sino con alguien vagamante asociado en el imaginario colectivo a un falso bulo (perdón por la redundancia, se entiende que un bulo es falso, pero lo defino así aun a riesgo de incurrir en tautológica incorrección porque es falso en tanto que bulo, no en tanto que historia, que por lo demás ha quedado explicado hasta la saciedad que es falsa) relativo a un escritor de éxito y un prostíbulo en Arganzuela.

No hay comentarios: