jueves, 24 de marzo de 2011

Capillas como votos

A quien no conozca la Universidad Complutense le puede parecer que existe realmente un debate sobre la idoneidad de la existencia de capillas en espacios públicos, cuando lo que sucede sencillamente es una burda cortina de humo con fines electoralistas, un enroque para que no se hable de lo que realmente debe hablarse en una campaña electoral como la que la institución vive en estas fechas. Eso y el irresponsable intento de movilización del electorado indeciso frente al miedo de un inexistente avance ultramontano en la Universidad. 
Desde una perspectiva laica y laicista, como la que defiendo, resulta doloroso comprobar una vez más que se instrumentalizan unas convicciones por lo demás tan respetables como la que más con fines absolutamente ajenos a lo que defienden. El laicismo es y debe ser respeto, cualquier reivindicación que se haga en su nombre que resulte ofensiva para las creencias de cualquier ciudadano ni es laicista ni es aceptable, porque el objetivo del laicismo no es erradicar ninguna creencia, sino proteger todo aquello que corresponda al ámbito privado de los ciudadanos de cualquier tipo de injerencia precisamente manteniéndolo dentro de ese ámbito privado. Es obvio que para un laicista no ha lugar a la pervivencia de capillas en las universidades públicas, en cualquier caso no es de recibo que una confesión determinada, la que sea, mantenga un espacio público privativo para su liturgia (un espacio ecuménico también sería discutible, pero aceptable si naciera de una demanda social), pero no es menos obvio que lo ocurrido en la capilla de la Facultad de Psicología es inaceptable. Y no lo considero inaceptable pese a ser laicista, sino que lo considero como tal precisamente por ser laicista: eso que unos llaman performance y otros profanación no es para mí sino una soberbia muestra de arrogancia y falta de respeto, un intento de imposición de creencias, una injerencia arbitraria en el ámbito privado de las personas que estaban celebrando un acto perfectamente respetable. Si se desea promover el cierre de las capillas, que se proponga conforme a los mecanismos establecidos ante las intituciones pertinentes tanto a nivel de Facultad como de Rectorado, y que se decida civilizadamente en base a la argumentación y el debate, pero nunca, bajo ningún concepto, privando a las personas, muchas o pocas, del derecho fundamental al ejercicio de su fe. Porque la responsabilidad de la resolución de este conflicto, de ser un conflicto y de precisar una resolución urgente, es institucional y de ninguna manera recae en las personas que no hacían sino disfrutar de un servicio que la institución, legalmente, pone a su disposición, cuyo disfrute está protegido por la constitución y el marco legal vigente y que en ningún modo pueden ser tomados como rehenes (no físicamente, se entiende) de una batalla política. 
Lo que no parecen entender los promotores de la irrupción en la capilla  y sus sobrevenidos defensores es que su acto es reprobable no porque cuestionara la pertinencia de la existencia de capillas en los espacios públicos, algo a lo que tienen perfecto derecho que por otro lado nadie cuestiona, sino porque su acto, independientemente de su voluntad inicial y de su desconocimiento o no de la legislación, se dirigió contra personas a quienes se privó de ejercer, bien que momentáneamente, sus derechos fundamentales. Lo que no entienden es que su torpe acto no atacó a capillas ni a religiones, sino a personas. Ojalá no hubiera capillas en los campus, pero mientras las haya quienes las usen deben poder hacerlo con el más exquisito respeto por parte de la comunidad universitaria, lo contrario no es laicista (ni universitario, seamos serios), es sencillamente antidemocrático.
Flaco favor han hecho los promotores de este absurdo acto a la defensa de la concepción laica del espacio público en nuestro país. Es una confrontación ideológica que existe, es un debate necesario que no se ha llevado a cabo con la seriedad exigible y que estos irresponsables han hecho alejarse, probablemente años, del terreno democrático y civilizado en el que tiene que desarrollarse. Como por lo demás parecen seguir deseando quienes se disponen a incrementar el ruído y la furia con actos absurdos de "desagravio laico" y similares el lugar de aportar la serenidad y la inteligencia que son necesarios en todo debate y cuya ausencia es inconcebible en quienes se dicen universitarios.

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