miércoles, 2 de septiembre de 2009

Putin por la senda de la indignidad

El nacionalismo visceral de los rusos ha sido utilizado tradicionalmente por sus dirigentes como cortina de humo para tapar sus indisimulables vergüenzas, incluso en épocas en que dicho nacionalismo debiera haber sido incompatible con la doctrina oficial del régimen era usado sin disimulo como la zanahoria que hace al burro tirar del carro. Los malos hábitos no son fáciles de abandonar y no era de esperar que el régimen actual, que poca seña de identidad más tiene que ofrecer a sus ciudadanos, lo hiciese, pero no era de esperar que llegasen tan lejos. Parece que Putin y Medevedev están dispuestos a iniciar una campaña de rehabilitación histórica del estalinismo ¡para evitar que su país ofrezca una mala imagen restrospectiva al mundo! Y no se trata sólo de que se haya aprobado un libro de texto oficial para este año en el que se relativizan los crímenes del estalinismo y se habla de la gloriosa época soviética como el mayor intento de la humanidad por crear una sociedad igualitaria o de las teorías históricas revisionistas que hablan del pacto Molotov-Ribbentrop como la única salida posible por defender el territorio de una supuesta amenaza polaca, ni tan siquiera de los discutibles discursos que están protagonizando los líderes rusos en los actos conmemorativos del inicio de la segunda guerra mundial, es que incluso se secuestran archivos con testimonios de víctimas (Sociedad de la Memoria de San Petersburgo) y se censuran libros como "Los que susurran", el último ensayo del gran Orlando Figes sobre los represaliados de Stalin. Es necesario ser majadero. Si se quiere reivindicar el valor histórico de Rusia durante el estalinismo, si se quiere poner de relieve un papel protagonista en la historia del siglo XX, lo que deben hacer los dirigentes de la Rusia actual, y hacerlo con orgullo, es exaltar el valor de los represaliados, los asesinados, censurados, torturados, silenciados o exiliados a causa de la represión estalinista, si se quiere presumir de ejemplaridad, condénese a Stalin y concédase a sus víctimas el heroico estatus que merecen. Si se pretende reivindicar de alguna manera a Rusia en el tiempo, exáltese a su sociedad civil, al pueblo ruso, y, sobre todo, concédaseles de una vez por todas la libertad, respeto y justicia que merecen, pero jamás se trate de maquillar la etapa más oscura de las muchas que ha sufrido ese gran pueblo tergiversando la historia y traicionando de forma imperdonable a sus muertos porque es gracias a ellos y no a ninguno de sus dirigentes desde los zares hasta hoy (y desde luego no a Stalin, excrecencia pestilente de lo que fueron en sus inicios unos principios nobles que en sus manos se convirtieron en la peor clase de opresión dictatorial, sanguinaria, paranoide, arbitraria y personalista de la historia), que pueden disfrutar de ese timido trampantojo de libertad que actualmente poseen.

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