jueves, 25 de noviembre de 2010

Ana María Matute

Quiero creer, como dice ella, que  tal vez la infancia sea más larga que la vida, al menos me atrevo a asegurar que sería desebale en muchos casos y como mínimo que es de alegrarse que ella haya conseguido que la suya, su infancia, sea de momento al menos igual de larga que su vida. Porque siempre es un placer hacerle un regalo a un niño, aunque sea grande, aunque cuente bastantes más años que uno mismo, y porque sólo de su desbordante imaginación de niña junto con su deslumbrante talento de escritora podían nacer obras tan inolvidables como Paraíso inhabitado u Olvidado rey Gudú, solo de la inocente crueldad de los niños puede nacer una muerte tan desgarradora y a la vez tan hermosa como la del trasgo del sur en ese último libro, su preferido y el de tantos. La concesión del premio Cervantes a Ana María Matute ha sido una de las noticias de estos tiempos revueltos que más me han alegrado y quisiera desde aquí felicitarla por haberlo conseguido, pero sobre todo agradecerle sus obras y esa extraña sensación de satisfacción un tanto íntima que, como lector suyo, tuve al saber de este reconocimiento que se me antojó concedido a mi propia abuela o, vaya usted a saber, a mi propia hija pequeña.

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