viernes, 12 de febrero de 2010

Jaleando el desplante

Olvidan quienes se solazan ante la ausencia de José Luis Rodríguez Zapatero en la reunión en la que (no) se decidieron las ayudas a Grecia que la presidencia rotatoria de la UE recae en España, no en el señor Zapatero, y que por tanto a quien los soberbios presidentes de Alemania y Francia han ninguneado no ha sido a nuestro presidente, sino a nuestro país y, consecuentemente, a todos los españoles y con nosotros a todos los ciudadanos europeos quienes no hemos  otorgado nuestra confianza a una serie de instituciones europeas para que las decisiones que nos afectan las tomen en petit comité los presidentes de las naciones más poderosas. Parece evidente que si la presidencia rotatoria debiera estar presente en las reuniones donde (no) se toman decisiones, debiera hacerlo aunque los azares del destino hicieran que la ostentara el mismísimo Chiquito de la Calzada y haría bien la prensa conservadora en criticar la ofensa hecha a nuestro país en lugar de jalear el desplante por la única razón de que perjudique la imagen pública del señor Rodríguez Zapatero, porque ya es bastante triste que Francia y Alemania nos ninguneen como para que además seamos nosotros mismos quienes les pongamos los palmeros. 
Y todo ello, que a la postre no ha sido más que humo, una nueva escenificación de la capacidad de determinados políticos para autopromocionarse a costa de problemas que no solucionan de la que casi debieramos alegrarnos de que nuestros representantes no hayan formado parte, ha sido protagonizado, además, por un Sarkozy de quien los ciudadanos de bien sólo debieramos esperar, y con impaciencia, una rueda de prensa: aquella en la que anunciara su dimisión toda vez que los tribunales han puesto en evidencia su mezquindad y sus métodos impropios no ya de un demócrata  sino de un ser humano decente en el caso Clearstream II y la instrumentalización que de la Justicia ha tratado de llevar a cabo con fines particulares, en este caso apartar de su camino a quien, Villepin concretamente, amenazaba con impedirle saciar su por otro lado insaciable sed de poder.

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