miércoles, 17 de febrero de 2010

El reconstituyente del verdugo

Si viviéramos en un país que hubiese interiorizado adecuadamente el espíritu democrático, cosa que evidentemente no sucede, la fecha de hoy sería recordada en el mundo político como la del día en que don Mariano Rajoy enterró definitivamente su carrera política. Como no es así, probablemente mañana la prensa sectaria de un lado y de otro publicará una crónica probablemente escrita con carácter previo a aquello de lo que se supone que informa y loará o denigrará a aquel en quien residan los intereses partidistas de su empresa, sin que en ello tenga influencia nada de lo dicho y por tanto habrá una notable cantidad de tinta impresa, tiempo de radio y de televisión y espacio digital en su defensa. No acabará por tanto la carrera política del señor Rajoy, sin embargo debería ser así porque los ciudadanos debiéramos dejar claro que los comportamientos faltones, chulescos, crispados y crispadores, arrogantes y destructivos no tienen porqué tener cabida en el foro en el que reside la soberanía popular. Debiera ser así porque un presidente desgastado, escasamente creíble y en las horas más bajas de su mandato le ha dado, desde un punto de vista estrictamente parlamentario, una lección difícil de olvidar, aunque lamentablemente para él y para los ciudadanos después debe salir del hemiciclo y ponerse a gobernar, cosa que hace con los resultados por todos conocidos. Debería ser así porque los demás grupos han sido capaces de expresar sus criticas con igual o mayor rotundidad, pero mal que bien con respeto, espíritu constructivo y dignidad. Cuando el nivel del discurso todos y cada uno de los intervinientes supera por goleada al del líder de la oposición, es que éste tiene un serio problema. Y, finalmente, debería ser así porque dudo que jamas en la democracia española haya tenido un líder de la oposición una ocasión más propicia para hacerse valer, para ponerse el traje de hombre de estado y mostrarse como alternativa, y consecuentemente jamás nadie la desperdició tan clamorosamente. Si la puntilla resucita al moribundo, cabe cuestionarse la aptitud del verdugo.
El debate no ha terminado, no hay que perder la fe, pero en este momento debo reconocer que sólo me ha gustado parte de la intervención de Gaspar Llamazares, parte (sólo parte) de lo que ha dicho Rosa Díez, quien no es en absoluto santa de mi devoción y parte de la réplica del presidente Zapatero. Triste bagaje para el que se anunciaba a bombo y platillo como el pleno del gran acuerdo de Estado.

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