viernes, 18 de diciembre de 2009

Ni más ni menos que el mínimo exigible

Que una cosa acabe bien, con el final deseado, quiero decir, no significa que se haya hecho bien. La crisis de Aminetou Haidar se ha resuelto sin que el gobierno español haya reconocido sus incomprensibles errores ni haya condenado la intolerable actitud de Marruecos, sin que Moratinos se haya disculpado por el inaceptable tono con que hablo de la situación en los primeros días y sin asunción de responsabilidades por el flagrante desprecio a la legalidad que han perpetrado diversas instancias gubernamentales. Aminetou está es casa, sí, y eso era de lo que se trataba, pero ¿era eso de lo que se trataba? ¿Se puede ganar una batalla por la dignidad de otra manera que comportándose dignamente? No dudo que el Gobierno de España ha trabajado denodadamente por conseguir un objetivo que no era otro que el respeto por la ley del mismo modo que nadie puede cuestionar el hecho palmario que es la manifiesta culpabilidad de Marruecos en este asunto, pero algo debe haber hecho mal nuestro gobierno, que es el que nos concierne, cuando muchos ciudadanos, logrando el objetivo que nos proponíamos gracias a sus gestiones, entre las de muchos otros, nos sentimos tan terriblemente decepcionados con ellos. Probablemente la alegría por Aminatou tape la legítima vergüenza que inspira un gobierno que sólo de incógnito es capaz de ponerse del lado de la justicia y que supedita tanto ésta como la propia legalidad a intereses económicos, estratégicos o geopolíticos, o probablemente no. No todo lo que sale bien está bien hecho y haría bien el gobierno en aprender algo de todo esto, en darse cuenta al menos de la fuerza que puede llegar a tener una causa justa simplemente por serlo y por defenderla con coherencia, honestidad y dignidad. Y podría probar a hacer lo propio alguna vez, sólo por saber lo que se siente.

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