Antes de comenzar, ya sabía que era una temeridad, no hace falta ser muy listo para adivinar que empezar un libro de Ana María Matute, y de cuentos además, cuando no se está en plenitud de condiciones, agotado o bajo de ánimo, es peligroso y entraña un grave riesgo para la salud. Demasiado dolor. Demasiado placer. No importa, uno ya es mayorcito y sabe que nunca se sale indemne de un buen libro, lo que no esperaba es que el breve texto introductorio me dejara tocado y el primer y breve cuento, si no hundido si gravemente escorado y con numerosas vías de agua. Y es que si Ana María Matute de natural parece escribir directamente en las entrañas, lo cual, depende de la intensidad, provoca toda clase de sensaciones entre las cosquillas y el desgarro, cuando escribe cuentos lo hace hasta tal punto así, consigue una hermosura tan intensa que llega a ser dolorosa casi en cada frase, que uno correría el riesgo de morir en el intento si no fuera porque causa, si cabe, aun más disfrute que dolor. Y no es masoquismo, es la vida, aunque sólo sea, o precisamente porque lo es, su reflejo en un espejo de papel.
Y llevo leídas apenas 10 páginas de las más de 800 que componen esta deslumbrante Puerta de la Luna, no es necesario leer más para saber que va a ser una experiencia inolvidable.
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