lunes, 18 de julio de 2011

En el círculo de Stankevich

Una cita sobre Stankevich en los diarios de Tolstoi me llevó a interesarme por un personaje que me era desconicido pero al que el gran León Nicolaievich describió como el mejor de los humanos al que amaba sin conocerle. Compré hace unos meses un libro de Edwad G. Brown llamado Stankevich and his Moscow Circle 1830-1840 (Stranford University Press, 1966) y, aunque el objetivo confeso del autor es desmontar el mito en favor de la persona (ya de por sí interesante), he descubierto a un personaje francamente apasionante, alguien capaz de que personas tan absolutamente diferentes a él y entre sí como Bakunin o Belinski se consideraran sus discípulos, y admirado por gente tan diferente como Herzen, Tolstoi, Annenkov, Dobrolybov o Chernichevsky, quienes, quizás un tanto exageramente, le reservan un papel central en el nacimiento y desarrollo de la intelligentsia rusa del XIX. 
No pretendo extenderme sobre un tema como este, tendría que ser algo más que el voluntarioso aficionado a la cultura rusa que soy para poder hacerlo airosamente, pero como observador de la realidad no puedo dejar de comentar un argumento que utilizó en una polémica con Belinsky que me parece que no sólo es de actualidad, sino que es perfectamente trasladable a un país como el nuestro en el que nacionalismos de todo signo amenazan por sumir el debate publico en la más absoluta mediocridad apartándolo de los problemas reales cuando no creando otros de su exclusiva paternidad y que no existirían por tanto sin su concurso. Empieza diciendo N.V. Stankevich: ¿porqué la gente está tan preocupada del caracter nacional?, algo notablemente valiente en una época en la que la vida intelectual de su país comenzaba a convertirse en campo de batalla entre eslavófilos y, por así decirlo, europeístas. Sostiene Stankevich, y esta es la frase que realmente ma ha encantado, que inventar o fabricar el carácter de una nación sobre la base de la historia antigua y sus costumbres significaría simplemente la prolongación de su infancia. Y finaliza diciendo que el tipo de carácter nacional a desarrollar debe basarse en porporcionar a la nación la educación que necesita (en principios humanos, creo que dice, algo que hay que entender desde la realidad social de una Rusia del XIX en la que pervivía un sistema feudal prácticamente de la edad media) que ésta ya absorberá lo que necesite y no tiene, pero que tratar de fundamentar la implantación de ese espíritu en las costumbres antiguas ni es bueno para el espíritu nacional ni es una buena manera de preservar esas costumbres. Amén.
Stánkevich no era un gran literato, él mismo destruyó su obra por no considerarla digna, era, sencillamente, una persona culta y elegante, una persona buena y brillante que sólo por serlo gozó de gran ascendiente entre sus contemporáneos y cuya leyenda, gracias en parte a su trágica y temprana muerte, le sobrevivió. Creo que, independientemente del grado su influencia real en su círculo y fuera de él, la viva prueba de ello, de su trascendencia, es que en pleno 2011 haya quien lea y escriba sobre él. Me parece un ejemplo interesante y digno de estudio más allá de su trascendencia histórica o de lo que deberíamos aprender de las palabras citadas (apenas una excusa para invitar al personaje al blog), sino sobre todo de su ejemplo, de la demostración de que es posible lograr una cierta trascendencia social e intelectual elegantemente, sin estridencias y sin más herramientas que la argumentación serena y el estudio.

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