miércoles, 6 de julio de 2011

La credibilidad de las víctimas

Los usos y costumbres de la justicia en Estados Unidos no dejan de ser sorprendentes para nuestra mentalidad europea. Resulta que el caso del asalto sexual a una camarera por parte del exgerente del Fondo Monetario Internacional amenaza con quedarse en agua de borrajas no porque se dude que en mayor o menor grado existió el incidente, sino porque como el marido de la víctima es narcotraficante convicto, ella parece tener ingresos por esa vía en su cuenta y, además, y esto ya es imperdonable, mintió en su petición de asilo, ésta ya no es creíble y por tanto el caso no se sostiene. Obviamente no tengo la menor idea sobre si existió o no el tal intento de violación, pero tengo para mi que si lo hizo fue independientemente de si la víctima fuera creíble o no, de si fuera célibe o casquivana, de si fuera inmigrante o nativa, blanca o negra, rica o pobre, sana o drogadicta, etc, y para comprobarlo deben existir pruebas forenses que así lo atestiguen. Lo contrario supondría una bula para violar a prostitutas, drogadictas o inmigrantes ilegales, y no creo que sea ese el mensaje que la justicia estadounidense quiere transmitir.
Pero hay también sobre este caso una reflexión que tiene que ver con nuestra política nacional. Se oyen voces en Francia que defienden, no sin motivo, que en el caso de resultar el hoy acusado exonerado de los cargos que le han costado el puesto que ocupaba, debe ser el candidato de su partido en las próximas elecciones de su país ya que antes del suceso era (incomprensiblemente a mi juicio) el candidato indiscutible, es decir, se asume que la acción de la justicia pueda causar perjuicios, a veces incluso muy notables, a las personas cuando existen indicios de delito, pero cuando éstos no se confirman en un juicio, el acusado recupera por entero su honor y su dignidad. Deberían recordarle esto a nuestros políticos patrios la próxima vez que pongan el grito en el cielo porque aparezca en un medio de comunicación la foto de un correligionario suyo imputado en un caso de corrupción cuando es detenido por el supuestamente irreparable daño que su honor y su dignoidad sufren. Deberían reflexionar sobre esa exigencia de intimidad que hacen a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, sobre esa pretensión de detener a los imputados prácticamente de incógnito no sea que luego el caso no llegue a nada. Somos o deberíamos ser una sociedad lo suficientemente madura como para considerar perfectamente inocentes a aquellos cuya culpabilidad no es dictaminada por un juzgado de la misma forma que deberíamos asumir sin mayor problema que se puede imputar a alquien en base a indicios y que el hecho de que ese alguien no sea culpable a la postre no es una señal de disfunción en la justicia, sino de buen funcionamiento de la misma.

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