miércoles, 25 de julio de 2012

La cadena

Vivimos una época curiosa. Sorprende ver cómo todo aquel que tiene alguna responsabilidad de gestión rechaza por injustas y dolorosas las medidas que toman todos aquellos que tienen una responsabilidad mayor que la suya, pero a su vez plantean medidas igualmente injustas e igualmente dolorosas a aquellos que tienen una menor o que, sin tener ninguna, tienen la desgracia de estar bajo su autoridad. Eso sí, declaran no hacerlo por gusto, sino porque no tienen otro remedio.
Ocurre con las medidas que desde la Unión Europea se le imponen a España, que a nadie le gustan pero son “necesarias”. El gobierno español a su vez impone medidas similares a aquellos a quienes puede: comunidades autónomas, funcionarios, etc. Pero no le gusta hacerlo, es sólo que no le queda otro remedio. Las comunidades autónomas, a su vez, asumen el recorte que les imponen y lo trasladan a su vez a las instituciones y personas que dependen de ellas. Tampoco les gustan, aunque haya algunos a quien incluso parecen estar disfrutando debilitando la parte de Estado que les corresponde (un estado fuerte no está en su ADN, no es parte fundamental de su ideología y creen que “adelgazarlo” es lo correcto). Pero lo habitual es escuchar de nuevo que no les queda otro remedio. Estas instituciones, a su vez, aunque algunas de ellas presuman de independencia, asumen esas medidas e implementan otras nuevas de su propia cosecha. No hay otro remedio, repiten cual mantra escasamente musical.
Es curioso que ninguno de los eslabones de la cadena se plante y, con la misma contundencia que emplean para denunciar los recortes que se le imponen desde arriba, se niegue a trasladarlos o multiplicarlos hacia abajo. Es llamativo que nadie encuentre necesario, éticamente obligatorio y parte fundamental de sus responsabilidades buscar ese otro remedio que no creen que exista.
La cuestión es que, llegando al final de la escalera, hay instituciones como por ejemplo las Universidades públicas, cuyos trabajadores sufrimos un recorte cuádruple en nuestras nóminas. Dos por parte de los sucesivos gobiernos que se han aplicado en no encontrar otro remedio, uno directo por parte de la comunidad autónoma y otro (en múltiples formas) de la Universidad.
Y el caso es que a todos estos responsables públicos de comportamiento poco edificante se les elige, se les vota. Su elección es el resultado de un proceso democrático en el que los participantes sí creían tener otro remedio, y ese remedio era precisamente su presidente, su diputado, su senador, su concejal, su presidente autonómico, su alcalde, su rector.
Todos los eslabones de la cadena se equivocan en este proceso, en el sentido de que las medidas que ponen en práctica ni son justas ni funcionan ni, en general, sirven para nada. Pero el error más trágico se me antoja que es el que al principio parecía más inocuo, el de los votantes. Porque nos equivocamos como país con nuestro voto (y no sólo esta vez), nos equivocamos con nuestro voto como ciudadanos de una comunidad autónoma, nos equivocamos con nuestro voto como vecinos de un municipio y nos equivocamos con nuestro voto como universitarios. Pero no nos equivocamos en a quién elegimos, en eso cada cual estará más o menos conforme con su libre elección, nos equivocamos en qué elegimos. Creíamos votar a nuestros representantes y lo que en realidad seleccionamos fue a los defensores de intereses ajenos, a delegados de otros gobiernos, a consejeros de otras empresas, a representantes de otras personas, en fin, a quienes utilizan nuestro mandato representativo para defender intereses que no son los nuestros. Y no albergo la menor duda de que lo hacen de buena fe, de que están convencidos de que es el único camino y de que, transitándolo, nos defienden. Pero no creo que sea así, que quienes nos gobiernan no conciban otro pensamiento que el único no implica que no exista y, por tanto, como ciudadano cada vez menos libre pero de momento aun pensante, expreso mi disconformidad y digo en voz alta que el argumento “no me gusta tomar esta medida pero no tengo otro remedio” no es aceptable. Siempre hay otro remedio, pero se necesita valor en independencia de criterio para aceptar que es así, y en todo caso no conocerlo previamente no es excusa para no buscarlo. Y hasta que no haya alguien que se niegue a cometer con los demás la injusticia que cometen con él, aunque sólo sea por principio, el sistema no funcionará, porque quienes lo gestionan no harán su trabajo.

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