jueves, 3 de mayo de 2012

Una humilde propuesta

No pretende esta humilde propuesta ser tan original, incisiva y revolucionaria como la que en su día popularizó el gran Jonathan Swift, no soy tan atrevido, sin embargo, visto lo apurado de la situación y la senda que siguen las soluciones que nos proponen quienes pueden aplicarlas, me atrevo a aportar un pequeño grano de arena, tal vez únicamente medio para dar ejemplo de austeridad, y hacer notar a nuestros gobernantes que su incuestionable política de reducción del déficit y su infatigable búsqueda de ingresos con los que equilibrar balances aun a costa de tornar derechos en recursos, en lo que constituye sin duda un descuido incomprensible ha dejado de lado fuentes recaudatorias muy prometedoras como el aire o la luz solar, que a fin de cuentas son de todos y no es de recibo que algunos las utilicen con mayor intensidad sin pagar por ello una compensación, por lo que urge establecer un sistema de cobro, copago o céntimo solidario, como se le quiera llamar, para conseguir que este recurso hasta ahora gratuito, cosa inaudita, se transforme en una cara más de la solución a esta situación tan apurada que nos afecta. Naturalmente no se puede ser discriminatorio en la aplicación de estas medidas, los pensionistas y las personas con dificultades respiratorias, por un lado, o dermatológicas, por otro, si bien exentos no, porque eso está mal visto en Europa, deberán poder disfrutar de un régimen tributario especial menos gravoso para sus bolsillos y siempre con un límite de, pongamos, diez euros al mes. Para el resto, basta con establecer unas tablas, previos estudios independientes y bien remunerados, que establezcan de forma bien ponderada e inapelable el precio a pagar en función de la capacidad pulmonar en un caso o del grado de melanina, la intensidad del moreno, para entendernos, en el otro. Este segundo caso es un tanto delicado ya que en algunos ciudadanos que por cuestiones genéticas gozan de un grado de pigmentación cutánea especialmente alto sería difícil de medir y por tanto de aplicar, a no ser que se estableciera en su caso una suerte de "canon pigmentario", que siempre haría sobrevolar sobre la medida el molesto fantasma del racismo pero evitaría que nadie se parapetase tras su piel para eludir el un pago tan justo como necesario.
Naturalmente no basta con implantar estas medidas, hay que justificarlas tanto desde un punto de vista político como moral, pero ese camino ya está hecho, incluso trillado a estas alturas: desde un punto de vista político el gobierno debe aducir que si bien es contrario a su programa, a los pilares ideológicos que lo sustenta y son su razón de ser y a sus preferencias personales, deben aplicarlas en contra de su voluntad por culpa de la herencia recibida. En cuanto a la justificación moral, es fácil, la mayoría absoluta les faculta para tomar cuantas medidas consideren oportunas empujados por la fuerza de las urnas.
Eso sí, la pirueta, como las anteriores en sanidad, educación, peajes, etc, requiere de cierta habilidad, no todo el mundo vale para aplicar ciertas medidas, pero hay que reconocer un mérito muy especial para aplicarlas en nombre de ideas liberales. Talento semejante no tiene parangón en la política patria y así debe reconocerse.
Y si no, siempre queda la alternativa Swift.

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