«La base de la vida es la probidad. Si hay probidad,
entonces se tiene todo»
Lev Tolstói
Lev Tolstói
Para
quienes llevamos mucho tiempo abogando de forma más o menos pública, más o
menos efectiva, por el renacimiento de una cierta conciencia cívica en la
ciudadanía, al menos para mí es así, resulta un tanto agridulce la
contemplación de la manifestación actual del nacimiento de una criatura cuya
paternidad sea achacable menos a la virtud cívica y al compromiso que al
populismo, la desesperación y la demagogia. La indignación está bien, es sana y
comprensible, pero esta indignación con la que quienes hasta ahora nos creíamos
predicadores en el desierto nos vemos sermoneados por ese desierto antes mudo,
deja un tanto que desear. ¿Y porqué digo esto? Pues por una razón muy clara,
por mala que sea la situación, por indefendible que haya sido el desempeño en
su función de los gestores de lo público, nada se soluciona con la única
selección de los chivos expiatorios más impopulares y su posterior vituperación
en el espacio público. Aunque lo merezcan, que en muchos casos lo merecen. Políticos
y banqueros son culpables de muchas cosas, sí, y su culpa es mayor porque mayor
ha sido su responsabilidad, pero no hay indignación, proyecto alternativo ni acto
de justicia válidos sin asunción de las propias responsabilidades. Es necesario
algo más. Decía Herzen que «si tan solo
cada persona quisiera, en lugar de salvar el mundo, salvarse a sí misma; en
lugar de liberar a la humanidad, liberarse a sí misma, sería mucho lo que haría
por la salvación del mundo y la liberación de la humanidad», y en el actual
contexto me parece que es una reflexión necesaria. Cierto que la actuación de
muchos responsables del dinero público (y del privado) en estos años bien
pudiera y debiera hacerles merecedores de una condena no sólo moral, sino
penal, pero no es menos cierto que muchos de los que ahora se indignan y piden
a voz en grito toda clase de castigos bíblicos para ellos, en la escasa medida
de sus posibilidades no han sido más honrados y no hay regeneración democrática
posible que no empiece por la base. Está muy bien rebelarse contra un orden
injusto de las cosas, pero la fuerza moral para hacerlo desaparece si en su
vida personal y profesional no hace gala de una honradez idéntica a la que
exige a los demás, y eso incluye no cobrar sin factura, no vender ni comprar
pisos con dinero negro, no emplear a gente sin contrato, no elevar artificialmente
el precio de las cosas, no fingir bajas en el trabajo, en fin, no poner en
práctica ninguno de todos esos comportamientos incívicos y reprobables con los
que tan condescendiente se ha sido hasta ahora en esta sociedad. Denunciar los
actos impropios que cometan los otros, especialmente si los cometen en nuestro
nombre, está bien, es necesario y su conocimiento por el público es
imprescindible, pero si no va acompañado de un comportamiento ejemplar propio
en todos los aspectos de nuestra convivencia como parte de una sociedad no sólo
es hipócrita, sino que será estéril. No es muy popular decir esto, pero tengo
mis dudas de que en este país los políticos sean menos honrados que cualquier
otro gremio, independientemente de que las consecuencias de sus actos,
lógicamente, sean más graves. No tengo nada claro que no tengamos los políticos
que nos merecemos, por una sencilla y evidente razón, que tenemos a los políticos
que elegimos y nada nos habría impedido elegir a otros.
El
comportamiento cívico de todos y en todo (desde nuestro puesto de trabajo
aquellos que tengamos la suerte de disfrutarlo hasta la actitud a mostrar en
las, por otro lado, legítimas protestas), siempre escrupulosamente respetuoso
con la ley y las personas, debe ser la base sobre la que construir una sociedad
democrática. Si la indignación es el germen del civismo, bienvenida sea, si es
sólo la válvula de escape para la frustración sin llevar un proyecto o al menos
una idea alternativa aparejada sólo es vocerío y germen de populismo, de un
estado de las cosas mucho peor. Como dijo Thoreau, «si quiere persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Que no le
importe si no lo convence. Los hombres creen en lo que ven. Consigamos que vean»
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