martes, 25 de septiembre de 2012

Indignación y civismo


«La base de la vida es la probidad. Si hay probidad, entonces se tiene todo»
Lev Tolstói


Para quienes llevamos mucho tiempo abogando de forma más o menos pública, más o menos efectiva, por el renacimiento de una cierta conciencia cívica en la ciudadanía, al menos para mí es así, resulta un tanto agridulce la contemplación de la manifestación actual del nacimiento de una criatura cuya paternidad sea achacable menos a la virtud cívica y al compromiso que al populismo, la desesperación y la demagogia. La indignación está bien, es sana y comprensible, pero esta indignación con la que quienes hasta ahora nos creíamos predicadores en el desierto nos vemos sermoneados por ese desierto antes mudo, deja un tanto que desear. ¿Y porqué digo esto? Pues por una razón muy clara, por mala que sea la situación, por indefendible que haya sido el desempeño en su función de los gestores de lo público, nada se soluciona con la única selección de los chivos expiatorios más impopulares y su posterior vituperación en el espacio público. Aunque lo merezcan, que en muchos casos lo merecen. Políticos y banqueros son culpables de muchas cosas, sí, y su culpa es mayor porque mayor ha sido su responsabilidad, pero no hay indignación, proyecto alternativo ni acto de justicia válidos sin asunción de las propias responsabilidades. Es necesario algo más. Decía Herzen que «si tan solo cada persona quisiera, en lugar de salvar el mundo, salvarse a sí misma; en lugar de liberar a la humanidad, liberarse a sí misma, sería mucho lo que haría por la salvación del mundo y la liberación de la humanidad», y en el actual contexto me parece que es una reflexión necesaria. Cierto que la actuación de muchos responsables del dinero público (y del privado) en estos años bien pudiera y debiera hacerles merecedores de una condena no sólo moral, sino penal, pero no es menos cierto que muchos de los que ahora se indignan y piden a voz en grito toda clase de castigos bíblicos para ellos, en la escasa medida de sus posibilidades no han sido más honrados y no hay regeneración democrática posible que no empiece por la base. Está muy bien rebelarse contra un orden injusto de las cosas, pero la fuerza moral para hacerlo desaparece si en su vida personal y profesional no hace gala de una honradez idéntica a la que exige a los demás, y eso incluye no cobrar sin factura, no vender ni comprar pisos con dinero negro, no emplear a gente sin contrato, no elevar artificialmente el precio de las cosas, no fingir bajas en el trabajo, en fin, no poner en práctica ninguno de todos esos comportamientos incívicos y reprobables con los que tan condescendiente se ha sido hasta ahora en esta sociedad. Denunciar los actos impropios que cometan los otros, especialmente si los cometen en nuestro nombre, está bien, es necesario y su conocimiento por el público es imprescindible, pero si no va acompañado de un comportamiento ejemplar propio en todos los aspectos de nuestra convivencia como parte de una sociedad no sólo es hipócrita, sino que será estéril. No es muy popular decir esto, pero tengo mis dudas de que en este país los políticos sean menos honrados que cualquier otro gremio, independientemente de que las consecuencias de sus actos, lógicamente, sean más graves. No tengo nada claro que no tengamos los políticos que nos merecemos, por una sencilla y evidente razón, que tenemos a los políticos que elegimos y nada nos habría impedido elegir a otros.
El comportamiento cívico de todos y en todo (desde nuestro puesto de trabajo aquellos que tengamos la suerte de disfrutarlo hasta la actitud a mostrar en las, por otro lado, legítimas protestas), siempre escrupulosamente respetuoso con la ley y las personas, debe ser la base sobre la que construir una sociedad democrática. Si la indignación es el germen del civismo, bienvenida sea, si es sólo la válvula de escape para la frustración sin llevar un proyecto o al menos una idea alternativa aparejada sólo es vocerío y germen de populismo, de un estado de las cosas mucho peor. Como dijo Thoreau, «si quiere persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Que no le importe si no lo convence. Los hombres creen en lo que ven. Consigamos que vean»

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