lunes, 24 de enero de 2011

La vanilocuencia

El diccionario es una gran cosa. Encontre en la última novela de Eduardo Mendoza una palabra que, francamente, desconocía y al buscarla en el diccionario más que una deficición encontré la piedra roseta de la política actual, logré ponerle nombre a la escuela política que domina los actuales foros patrios:  
VANILOCUENCIA: Verbosidad inútil e insustancial
Esta tendencia bien pudiera haberla inaugurado Rubalcaba, dotes tiene para ello, sólo que además tiene cosas que decir por lo tanto verbosidad sí, profusa y florida incluso, pero no insustancial. Pero hay muchos más representantes, no hay que esforzarse demasiado en encontrar uno, aunque sí que sería difícil encontrar quien hubiese interiorizado tanto la desproporción entre vacuidad del discurso y su longitud, ese no saber el qué pero sí el cómo, algo ciertamente notable, como Esteban González Pons, quien no sólo imparte una clase magistral de vanilocuencia en cada una de sus intervenciones públicas, sino que añade al paquete una notoria dosis de arte dramático, interpretación y puesta en escena, que resultan no menos futiles, pero que aportan al conjunto un tufo de telefilme de serie B que no se encuentra al alcance de todo el mundo. 
Pero hete aquí que este fin de semana la vanilocuencia, el concepto del futuro, ha rebasado el ámbito personal al que suele circunscribirse y ha contagiado el orgánico de modo que ha protagonizado, si no inspirado e incluso hecho posible por su única voluntad, no ya un discurso sino toda una convención. Todo el que en el principal partido de la oposición sale en la foto cuando la foto se hace, todo el que se postula para salir en ella, todo el que se solaza en su contemplación y todo el que basa su actividad profesional en comentarla se han reunido unos días en Sevilla básicamente para no decir nada. Aunque sin parar de hablar. Si existiera tal cosa como una Sociedad Protectora del Voto en Blanco y/o Promotora del Populismo y el Distanciamiento de la Sociedad Civil de la Política, sin duda pondría una placa conmemorativa en el lugar donde se ha celebrado esta cosmética convención: los servicios prestados no deben quedar sin recompensa. Aunque de existir esta hipotética sociedad sin duda no habría sido la primera placa que se hubiera visto obligada a conceder, ni desgraciadamente la última.

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