lunes, 17 de enero de 2011

La honradez

Hasta tal punto llega la degeneración de la política en nuestro país que hay quien, como ha sido el caso de Tomás Gómez, se atreve a defender públicamente a una condenada por prevaricación (y a mantenerla en su puesto) no porque afirme que la condena es injusta y por tanto defienda su inocencia, aunque también, sino porque aunque ha sido sentenciada por prevaricación no ha prevaricado en busca de su lucro personal, es decir, aunque en el ejercicio de sus funciones como cargo público tomo una decisión injusta a sabiendas, no robó, y se supone que ello le exime de responsabilidad política o al menos así parece ser para el señor Gómez, quien tan bajo pone el listón de la honradez que si bien casi todo el mundo puede saltarlo es más que probable que más de uno, empezando por él mismo, acabe por tropezar con él.
La honradez que defiende el señor Gómez, la ausencia de latrocinio por así decirlo, es un mínimo exigible a cualquier político y a cualquier ciudadano, por más que viendo los telediarios uno pueda tener la falsa sensación de que no es así, pero es que la honradez es mucho más que eso y quien prevarica (y no digo que Trinidad Rollán haya prevaricado porque conozca el caso, que no es así, me remito sencillamente a la sentencia judicial que lo afirma) no puede ostentar responsabilidad pública u orgánica alguna, al menos en tanto no demuestre su inocencia, algo que no parece haber sucedido de momento. Parece tan elemental que sorprende la numantina postura del candidato Gómez, aunque no es el caso  Rollán lo verdaderamente importante, o al menos no es el objeto de este comentario, sino la pobrísima argumentación del señor Gómez quien no sólo no ha conseguido justificar su acción, sino que ha causado un notable perjuicio a su propia imagen de forma tan innecesaria como inexplicable.

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