jueves, 28 de octubre de 2010

De molinos y gigantes

En un momento de la novela "Los siete Ahorcados", de Leonid Andreiev, Musia, uno de los personajes que va a ser ahorcado, dice que cuando mil disparan a uno, el uno ya ha vencido. Moralmente, se entiende. Puede que en este mundo no se le de mucha importancia a las victorias morales, a los vencedores no les restan dolor ni a los vencidos les inmutan lo más mínimo, pero lo son, más en el caso de la última victima de mil disparos cobardes, Nayem Elghari, el niño saharaui vilmente asesinado por el ejercito marroquí, quien, como todos los suyos, la victoria moral la llevaba puesta mucho antes que las balas.
Estuve tentado de escribir que el nuevo desenmascaramiento de la verdadera cara del régimen alauí sería tal vez el único consuelo para los familiares de Nayem (y de los otros desaparecidos), pero pronto decarté la idea porque no es verdad que la verdadera cara de la dictadura marroquí les sea desconocida a los líderes políticos europeos, de hecho la conocen muy bien pero les resulta indiferente porque el sentido de la justicia hace tiempo que se supeditó a los intereses económicos y geopolíticos.
El Sáhara es para nuestro presidente lo que sería el campo eólico de La Muela para el Quijote, tan aturdido se siente ante lo que en realidad es un ejército de molinos que son gigantes y de gigantes que son molinos que súbitamente olvida que en otras causas gusta de ser Quijote y se siente no ya Alonso Quijano sino que viste la piel del bachiller Sansón Carrasco y se olvida de que hay un entuerto que desfacer para ocuparse  únicamente en sacar el mayor beneficio posible del mismo. Me imagino al presidente Zapatero cuando alguien le conmina a hacer algo de una vez en relación al asunto del sáhara (porque soy incapaz de creer que no haya en su partido quien se alinee con el pueblo saharaui) y él de repente se transmuta en otro trasunto moderno del noble hidalgo, el escribiente Bartleby, y por toda respuesta dice: preferiría no hacerlo. Personifica en esto el presidente uno de los males de la sociedad de inicio del siglo XXI la cual, en el convencimiento de que los enemigos son gigantes invencibles, renuncia de antemano a presentar la batalla. 
La victoria moral de Nayem Elghari no reside en dar a conocer lo que todo el mundo conoce, ni siquiera en recordarnos que los gigantes no son invencibles, sino sobre todo en compartir con nosotros una verdad más importante que cualquier causa por justa que sea: que los gigantes, en realidad, son molinos.

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