Dice el señor Junqueras que votar es un derecho fundamental,
y lo es, claro, pero falta la segunda parte de la frase: votar cuando se está
convocado para ello es un derecho fundamental de los ciudadanos. Pero nadie
puede votar sobre lo que quiera, cuando quiera y de la forma que quiera. O a lo
mejor sí puede, pero sin el menor efecto legal ni moral. El señor Junqueras,
por ejemplo, no puede votar para elegir al presidente de Galicia o al candidato
en las primarias cerradas del PSOE, sencillamente porque no tiene derecho a
ello. Si se convocase legalmente la consulta que él desea celebrar, algo que no
sé si es deseable pero que desde luego no es el fin del mundo, sí que tendría
derecho a votar, pero a lo mejor es interesante preguntarse quién tendría
igualmente ese derecho. Porque cabe suponer que el censo que se utilizaría es
mismo que el de las autonómicas, es decir, el de los ciudadanos españoles
empadronados en Cataluña. No se trata pues del derecho a decidir de los
catalanes, yo soy catalán y no estaría convocado. Tampoco de los ciudadanos que
residen en Cataluña porque no todos tienen derecho a voto por las más diversas
razones. Ni tampoco todos los que tendrían derecho a voto serían catalanes, no
faltaba más. Por no hablar de que es probable que la única manera de que ese referéndum
se convoque dentro de la legalidad es que en él voten todos los ciudadanos del
estado español. De modo que el derecho a votar es fundamental, sí, pero con matices.
Ocurre lo mismo con las prospecciones petrolíferas en Canarias: sería deseable
que se consultase a la ciudadanía y me gustaría votar al respecto, pero derecho
sólo lo tengo si me convocan y honestamente creo que llegado el caso tendría el
mismo derecho a hacerlo que cualquier canario o, ya puestos, que el señor
Junqueras. Porque es un hecho de especial relevancia que nos afecta a todos y
sobre el que todos deberíamos poder opinar.
El que no es un derecho fundamental, y ojala lo fuese, es el
que debiéramos tener los ciudadanos a no vernos obligados a soportar la
demagogia. Una hipotética independencia de un territorio no me irrita, y desde
luego, se consiga o no, me parece un objetivo tan legítimo como cualquier otro
si los métodos que se usan para perseguirlos se inscriben dentro de la
legalidad. La demagogia sí que me irrita, sea la del señor Junqueras y su
derecho fundamental al voto, sea la de la señora Esperanza Aguirre cuando dice
que a los candidatos los designan los comités correspondientes y que eso es
perfectamente democrático pero después admite que esas decisiones las toma
Rajoy como en su día las tomaba Aznar. O la de que nos traten de convencer de
las bondades de Ana Botella como gestora porque ha reducido la deuda de 7.000 a
4.000 millones de euros. Ahorrar eliminando servicios esenciales y bajando la
calidad de los que se mantienen no es gestionar bien, para eso no es necesario
ningún talento sino a lo sumo una calculadora. Y aunque fuera cierto, que no lo
es, gobernar no es sólo gestionar.
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