lunes, 14 de noviembre de 2011

El apetito del monstruo mitológico

Ese monstruo mitológico que hemos creado y que en realidad no existe como tal sino únicamente como reverso tenebroso de las políticas que nuestros dirigentes deciden poner en práctica y de las actuaciones que con ello deciden tolerar, cuando no instigar, por parte de los especuladores, quienes no son más monstruosos que cualquier otra persona de los millones que a lo largo de la humanidad han antepuesto sus intereses particulares a los generales de la sociedad, ha dado en demostrar estos días que para no existir tiene un apetito voraz: ya no le basta con haber devorado el alma de las democracias europeas, ahora precisa también ingerir su cuerpo; no era suficiente con apoderarse del poder de decisión, ahora exige tambier para saciar su hambre que las personas que deben aplicar esas decisiones que ellos toman (o en su delegación los abducidos líderes políticos europeos)  muy lejos de donde reside la soberania popular, la esencia de la democracia por decirlo de forma contundente, sean las designadas por ellos, sin requisitos previos ni trámites engorrosos como elecciones, debates ni otras fruslerías democráticas por el estilo.
Pues bien, como decía creo que Fermín Muguruza en la introducción a una canción de Albert Plá, creo que en el disco "Veintegenarios", no son monstruos extraordinarios, no vamos a regalarles esa grandeza. "Los mercados" no son más que personas que hacen aquello que nosotros, con nuestros votos, les permitimos y aparentemente tenemos la intención de continuar permitiéndoles ya que esta irrupción de los "gobiernos técnicos" no sólo no nos indigna sino que todo parece indicar que nos tranquiliza. Hay que añadir a la ignominiosa nómina de afrentas que conlleva que para dirigir democracias europeas no se precise ganar unas elecciones sino haber trabajado en Goldman Sachs, el hecho, trivial si se quiere, de que con ello hayan echado a perder lo que en condiciones normales habría sido una noticia digna de celebrar por todo lo alto, la dimisión de Berlusconi, quien no se va por la presión de su pueblo ni por la decisión del parlamento en su representación y como castigo por su nefasta trayectoria de gobierno, sino para "calmar a los mercados".
Pero lo peor de todo, con ser terrible, no es que los ciudadanos europeos asistamos impasibles a la venta de saldo del alma de nuestras democracias, lo peor es que es una venta que no conduce hacia una solución, sino hacia el agravamiento del problema, y dentro de unos años, cuando nos demos cuenta de que no sólo nos hemos sacrificado en vano sino de que ya no nos queda nada que vender, me pregunto qué solución tratarán de presentarnos quienes ya crearon nuestros problemas y que ahora, incomprensiblemente, son quienes nos guían tan erraticamente en el camino que, engañados, tomamos para salir de ellos. Tal vez una batería de medidas dolorosas en la línea de la modesta proposición de Jonathan Swift, una vez metidos en harina no sería tan sorprendente, o tal vez simplemente la prescripción, por innecesarias, de las caretas con que hoy nos disfrazan esos tratamientos a los que no se les conoce otra virtud que el agravamiento y la cronificación del enfermo.
Nos dicen que la democracia es para quien pueda pagársela y nosotros, como laboriosas hormiguitas, en lugar de cuestionar tan aberrante proposición, nos dedicamos a ahorrar y recortar para ver si tenemos suerte y conseguimos reunir lo suficiente como para pagarnos una, aunque sea pequeñita y sin estado del bienestar, pero eso sí, aseada y austera. Cómo vivamos en ella los ciudadanos es lo de menos mientras que nuestros dirigentes puedan presumir de la pulcritud de sus balances macroeconómicos y nosotros nos alimentemos de las migajas que suponen ver en los telediarios los beneficios millonarios de los resultados de nuestras empresas. Debemos alegrarnos por ello, es nuestro deber patriótico. Tener un trabajo digno es otra cosa, para eso deberíamos haber tenido más tino y nacer en Alemania porque ellos sí tienen ese derecho ya que, como la democracia, se lo pueden pagar. Para esto exactamente es para lo que los partidos mayoritarios y no pocos de los minoritarios nos piden su voto, para convertir nuestro país en un mercado secundario de las locomotras europeas en el que puedan vender sus productos y crecer indefinidamente a costa de nuestras costillas. Caricaturas de países con poco dinero, cierto, pero con una idea clara de en qué deben gastarlo: en consumir y en producir a bajo coste. El gasto social es cosa de ciudadanos y nosotros no somos tales, sino consumidores, trabajadores (los que tenemos esa suerte) y cotizantes. 
Yo, perdonénme el anatema, como detesto los sofismas y no me cuesta mucho esfuerzo intelectual negar la mayor, no pienso darles mi voto para eso, es lo que está en mi mano. Y es bien poco, lo sé, sobre todo si miramos las barbas en remojo de los vecinos y con ello ponderamos el verdadero valor del voto en los países periféricos de la UE: si no votamos adecuadamente siempre pueden sustituir al gobierno que elijamos por un "gobierno técnico" y ya está (los ex-ejecutivos españoles de Goldman Sachs, si los hubiera, deben estar ya mandando curricula a Bruselas en previsión). Si veo la situación en que está nuestro país tengo el mínimo pero gratificante consuelo de saber que no está así gracias a mi voto, y que desde luego nadie lo va a tener para seguir esta senda, que no es, por cierto, la única. Sí lo tendrán quienes se decidan a explorar otras vías, que son muchos, porque la abstención es una ayuda pasiva a los partidos mayoritarios y eso, desde luego, no entra en mis planes. Personalmente, me parece que la mejor opción de cuantas concurren a estas elecciones para construir una aleternativa es EQUO. Hay otras, pero tras estudiar los programas y, sobre todo, comprobar, como mero espectador, que su compromiso democrático es auténtico desde el momento que lo practican de forma irreprochable en sus procesos internos de funcionamiento como partido (piedra en la que tantos otros tropiezan) me he decidido a apoyar públicamente esa candidatura, al igual que lo haré con mi voto. No pido a nadie más que haga lo mismo porque yo se lo diga, pero sí animo a quien se pueda sentir atraido a que lea su programa y después, si le convence, obre en consecuencia de lo que ha leído y no de ese arcano del voto útil que tanto mal nos ha hecho. Todo el mundo debería votar tras estudiar las opciones que se presentan, tras decidir cual de ellas le representa o con cual se puede identificar más, cualquier otro cálculo es pernicioso para la democracia porque su resultado es un parlamento que no representa la opinión de los votantes. No sirve después quejarse de la distancia entre los políticos y la sociedad, esa distancia la crean, fundamentalmente, quienes no votan aquello a lo que se sienten cercanos, quienes sacrifican su voto el el altar estéril de la utilidad. No milito en ese partido ni tan siquiera colaboro en la campaña, creo que es importante señalarlo. Conozco, eso sí,  gente implicada en el proyecto EQUO y por ellos sé que va en serio, que lo que han escrito en sus programas es lo que piensan y lo que quieren poner en práctica. Y es ilusionante, que no es poco.

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